Opinión

Han asesinado a un periodista y esto le concierne a usted, por Rosa María Palacios

El asesinato de Gastón Medina marca un antes y un después en la lucha por las libertades fundamentales en el Perú. Una política precaria infiltrada por el crimen organizado se manifiesta con total alevosía y desparpajo.

Rosa María Palacios
Rosa María Palacios

Gastón Medina, periodista iqueño y propietario de Cadena Sur TV Canal 15, conocía de cerca el acoso.  El 25 de julio del 2022, le embarraron la puerta del canal con caca, luego vino la pintura roja, mientras la ciudad se llenaba de afiches de un fotomontaje en el que él vestía un traje a rayas, imputándole delitos inexistentes. No fue el único acto de descrédito anónimo. Fue sujeto a persecución judicial y hasta le allanaron la casa por encargo del gobernador regional y su esposa.

Medina era un periodista de esos de raza, feroz crítico de la autoridad. Denunció a los gobernadores regionales, alcaldes, congresistas, comisarios, jueces, fiscales y hasta a sus colegas periodistas por no sacar las historias de corrupción de su región. Siendo propietario de su medio, tenía la independencia suficiente para enfrentarse a todos, y acumulaba enemigos. Un día logró entrevistar a un sicario que, alegaba al aire, había desistido de matarlo a él y a la vicegobernadora del Gobierno Regional de Ica. ¿Exageración? ¿Exceso de susceptibilidad? ¿Así es la vida del periodista en provincia?

Si alguien tenía alguna duda sobre el estilo de Gastón Medina y su persecución a la corrupción, estas se tienen que haber despejado. Ocho tiros terminaron con su vida en la puerta de su casa, a plena luz del día, el pasado lunes 20. El criminal que ejecutó el asesinato por encargo huyó en una motocicleta, la modalidad habitual del sicariato en el Perú de nuestros días. Tenía 61 años. Nunca dejó de decir un nombre ni un hecho corrupto, con los que hizo noticia en Ica.

El jefe de la Región Policial Ica, general Enrique Fernando Samamé, dice que han identificado la placa de la moto. El dueño registrado no es el sicario, y un venezolano detenido como sospechoso en flagrancia fue liberado por no tener nada que ver en el asunto. Esto es todo lo que se ha avanzado, y viendo el grado de impunidad en los más de 100 asesinatos que han ocurrido en lo que va de enero, es posible que no sepamos más en mucho tiempo.

La Asociación Nacional de Periodistas ha aportado un dato relevante. Hace mas de ocho años que no se cometía un asesinato contra un periodista. Por un milagro, en medio de la ola de violencia y violaciones a la libertad de expresión, el homicidio no ha sido parte del abanico de vulneraciones que hemos sufrido. Violencia física, acoso domiciliario por turbas políticas, acoso judicial, campañas de descrédito y amedrentamiento, falta de acceso a información pública, vetos en las fuentes, todo eso es hoy en el Perú parte normalizada de este oficio. Pero, felizmente, el asesinato no estaba en el menú. Hasta ahora.

En el año 2017, la Relatoría Especial para Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos publicó el informe ‘Zonas silenciadas: regiones de alta peligrosidad para ejercer la libertad de expresión’, escogiendo tres casos emblemáticos: Tamaulipas, México; Mazatenango, Guatemala; y la frontera paraguaya. El concepto es sencillo de entender. Se trata de áreas sobre las que ya no se informa. ¿Por qué? Porque las organizaciones criminales, aliadas muchas veces con las autoridades, necesitan de ese silencio periodístico para lograr sus fines.

¿Cómo logran callar a la prensa? Metiendo tanto miedo que la autocensura sea la norma. No es difícil amedrentar. Se hace de muchas formas hoy en el Perú desde el poder y con mayor astucia fuera de Lima. Pero basta con una ola de asesinatos en los que, por regla general, la impunidad está garantizada, para lograr el silencio unánime.

¿Pierden solo los periodistas? Por supuesto que pierden, pero no solo ellos. La forma democrática de gobierno se asienta en el contrapeso al poder y este, de un modo formidable en los últimos 200 años, solo existe cuando hay prensa libre. Sin esta última, no hay democracia posible. Mucho o todo lo que usted sabe hoy sobre el poder político en el Perú lo conoce por la prensa.  Si esta no pudiera informar, jamás hubiera usted leído una línea sobre Lava Jato y sus codinomes; los hermanitos de ‘Los Cuellos Blancos del Puerto’; Sarratea y sus visitantes o, para ponernos al día, los Rolex, el Cofre o Qali Warma. Jamás se hubiera enterado de que este Gobierno mandó a disparar a matar a población civil que protestaba contra él y nunca hubiera podido ver la cara de Dina Boluarte en el antes y después de sus cirugías; tampoco saber de una presunta red de presuntas prostitutas en un presunto Congreso.

Sin prensa, ni Fujimori ni Toledo hubieran sido condenados, ni conocido las historias de maldad de cientos de personajes que se han acercado a pedir el voto popular alegando beatitud. Sin prensa no se conocería de las raterías en el poder o de los abusos en las Iglesias. Todo esto con un fin: tener una sociedad libre de delito que donde se comete, se castiga. Una sociedad donde para todos valga la pena vivir.

Sin embargo, la verdad resulta incómoda cuando no insoportable para el crimen. Callar al mensajero mata al mensaje. O eso creen. Y eso es justamente lo que no debe ocurrir. Ni impunidad ni silencio. Captura y castigo para los delincuentes que asesinan y con mucha mayor razón a los autores intelectuales que mandan a matar para seguir cometiendo sus fechorías. Y nosotros, seguir cubriendo las mismas noticias, los mismos personajes y todas las historias que tienen que ser contadas y que ocho balas dejaron truncas. No por terquedad, audacia o soberbia, sino por mera sobrevivencia. Si la prensa libre no pelea por su libertad, esta le será arrebatada.

El asesinato de Gastón Medina marca un antes y un después en la lucha por las libertades fundamentales en el Perú. Una política precaria infiltrada por el crimen organizado se manifiesta con total alevosía y desparpajo. Marquen el 20 de enero del 2025 en sus calendarios. Aquí no hay vuelta atrás. Vienen por todos y nadie debe estar desprevenido. Con las armas de la libertad, nos tenemos que defender, no solo por los periodistas, sino por todos ustedes.