Suele merecer notas de recuerdo cada aniversario de los brutales ataques terroristas del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York, que acabaron con la vida de más de 3.000 personas. Ese mismo día se avanzaba en dirección contraria en Perú: se estaban dando pasos sólidos a favor de la democracia, la paz y la justicia.
Nuestro país había recuperado la democracia en noviembre del 2000, luego de intensa y prolongada lucha social. A fines del mismo año, la tensión política llegó a un punto crítico con el escándalo de los vladivideos que puso en las pantallas televisivas del mundo la aguda y generalizada corrupción del gobierno Fujimori/Montesinos.
Como es inocultable —y fácil de recordar—, a fines del 2000, el régimen estaba desnudo, se venía abajo. Y fue en ese contexto crítico que Fujimori se hizo humo. El 13 de noviembre enrumbó desde Lima hacia la Cumbre de la APEC en Brunéi. Luego haría escala en Tokio. Debía volar, después, a Panamá hacia la X Cumbre Iberoamericana.
Pero luego de Brunéi, se quedó con el avión presidencial en Tokio. Y, como se recuerda, fue allí donde renunció, por fax, a la Presidencia de la República. Después de que el Congreso declarase la vacancia de la Presidencia, colapsó el régimen autoritario. Se pasó al gobierno democrático: instalándose —22 de noviembre— el gobierno de transición, presidido por Valentín Paniagua. Vendría, posteriormente, la elección general de abril del 2001 y la presidencia de Alejandro Toledo.
Ese fue el nuevo contexto —democrático— que hizo posible la cumbre interamericana en Lima en setiembre del 2001. Y fue, precisamente, el —nuevo— gobierno —democrático— del Perú el que presentó al mundo la propuesta —y el texto— de Carta Democrática Interamericana.
Estaban en Lima, en ese gris día invernal de setiembre, todos los cancilleres de América. En la asamblea de la OEA se debatiría y aprobaría, ese mismo día, la Carta Democrática Interamericana, iniciativa peruana.
Como corresponde en estos casos, me competía presidir la asamblea, como canciller del país anfitrión. Temprano en la mañana sosteníamos un desayuno de trabajo con Colin Powell, canciller de los EEUU, con la participación del presidente Toledo.
La reunión se vio interrumpida por un efectivo de seguridad de Powell, quien le alcanzó una nota: “Ha ocurrido un accidente: una avioneta se ha estrellado contra una de las torres en Nueva York”. Otro “papelito”, 15 minutos después; no era una, sino que eran dos las torres siniestradas. Powell, me dijo, se regresaba a EEUU, convocado.
En esos instantes no se tenía aún información precisa sobre la magnitud de la tragedia. Pero era visible que era muy grande la siniestra “obra de Al-Qaeda”. Mientras, por nuestro lado, teníamos la obligación de culminar el trabajo y aprobar la Carta Democrática Interamericana, presentada por el Perú y negociada trabajosamente durante meses.
En el camino de Palacio de Gobierno a San Isidro persuadí a Powell que atrasara un par de horas su partida a EEUU, pues se podría modificar el orden de la agenda: instalar la asamblea, votar la Carta, primero, y pronunciar los discursos, después. Y así se hizo, al ser aprobada la Carta por unanimidad esa misma tarde.
Al instalar la asamblea el 11 de setiembre, como canciller anfitrión, mis primeras palabras fueron contra el terror. Como correspondía —y en representación de todos los países americanos allí presentes—, fueron de firme condena a esos actos bárbaros, así como de solidaridad con el pueblo y el Gobierno estadounidense. La primera expresión de solidaridad que recibió EEUU de una organización multilateral.
Luego propusimos a la Asamblea General, en nombre del Perú, que América debía contar con una Convención Interamericana contra el Terrorismo. La propuesta fue unánimemente aprobada, por lo que anuncié que el Perú se ofrecía a impulsar esa iniciativa y presentar un texto. Nos pusimos a trabajar, y a las pocas semanas ya circulaba un proyecto de Convención. Luego de intensas negociaciones y los ajustes que siguieron, fue aprobada —en tiempo récord y por unanimidad— a los pocos meses: Asamblea General de la OEA, Barbados, 3 de junio 2002.
Así pues, en las mismas horas de setiembre del 2001, en respuesta al terrorismo que atacaba EEUU, un país sudamericano —y todo un continente—, se puso en acción. Pudo dar pasos firmes para enfrentarlo, y lo hizo convocando a todos los países de América.
La Convención Interamericana contra el Terrorismo es importante. Establece un marco jurídicamente vinculante para que los países de las Américas cooperen en la prevención, castigo y eliminación del terrorismo. De esa manera, se obligan a adoptar medidas para combatir los actos terroristas y facilitar el intercambio de información entre las naciones, promoviendo así la seguridad y la estabilidad regionales frente a las amenazas terroristas.
En efecto, la Convención fomenta el intercambio de información, la coordinación de políticas y la asistencia mutua en investigaciones y operaciones. Empezando, como corresponde, por una definición clara de terrorismo, estableciendo qué actos se pueden considerar como tales. Crucial para una base jurídica común, evitando ambigüedades en la tipificación.
La iniciativa peruana de Convención —adoptada— compromete a los Estados parte a adoptar medidas para prevenir y combatir el terrorismo, incluyendo políticas para enfrentar su financiamiento. Destaca, igualmente, el compromiso de respetar los derechos humanos y el Estado de derecho, así como la cooperación judicial y la asistencia legal mutua entre los países.
Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.