Un proceso electoral con los derechos democráticos gravemente recortados azotó a Venezuela. Al respecto, dada la historia política latinoamericana se aplicaría eso de que no hay “nada nuevo bajo el sol”.
El proceso estuvo plagado de irregularidades. El informe del grupo de expertos de la ONU fue clarísimo al concluir que “no se cumplieron medidas básicas de integridad y transparencia” sumándose a las severas críticas hechas por el Centro Carter.
Los comicios fueron conducidos por un Consejo Nacional Electoral (CNE) que es presidido por Elvis Amoroso. El asunto que se denuncia es que se trata de una autoridad electoral sin independencia ya que antes de ocupar dicho cargo fue, entre otras cosas, diputado del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela. Como prueba de ello es que, dos semanas después de las elecciones, no pueden mostrar los resultados de las mesas de votación.
Todo un déjà vu para quienes sufrimos en el Perú el intento de la irregular re-reelección de Fujimori en el 2000. Aunque, dadas las acciones del actual pacto corrupto hoy gobernante que busca tumbarse a los independientes magistrados del Jurado Nacional de Elecciones y a nuestra máxima -y hasta ahora independiente- autoridad electoral, debemos estar atentos.
El mismo día de la votación en Venezuela, cuando se hizo evidente que algo seriamente irregular parecía estar en marcha, la gente salió a protestar en Caracas y otras ciudades con la única consigna de defender su voto.
Queda aún por verse si, a fin de cuentas, el CNE mostrará las actas oficiales o cómo justificará su “embargo” si, como parece, no mostrarán ningún acta.
En un país en el que se vinieron abajo las condiciones básicas de gobernabilidad y con el inicio de un fuerte remolino de polarización y conflicto luego que la autoridad constituida -Nicolás Maduro- se aferre al poder, la gran pregunta es cómo crear condiciones para la gobernabilidad en un futuro cercano.
Mientras esa cuestión se responde, la sociedad venezolana sigue buscando y batallando por justicia y legalidad.
La batalla por que “¡muestren las actas!” empieza a ceder el paso a que se den las acciones necesarias y urgentes para enrumbar una transición democrática. Así lo insinúan las voces de jefes de Estado de países amigos de Venezuela, como Brasil y Chile, que buscan que se avance en una auténtica y cabal democracia en ese país.
Las últimas décadas están plagadas de transiciones democráticas que han respondido a las particulares condiciones de cada país y situación.
Más de 400 líderes autoritarios perdieron el poder luego de ser removidos por presión popular y por personas de su propio gobierno. Juntando la expectativa de autopreservación con la ventaja objetiva de la estabilidad institucional derivada de una transición a la democracia, esas dinámicas cambian percepciones y conductas de muchos actores políticos.
No hay, por cierto, un “manual” para las transiciones. Pero si suficientes experiencias exitosas que permiten destacar tres componentes cruciales.
Primero, la movilización popular y sus respectivos liderazgos políticos o gremiales. Con banderas de corto, mediano y largo plazo que, en una fase inicial, podrían parecer antagónicas a las de las autoridades en ejercicio, pero que, en un proceso evolutivo, pueden acabar convirtiéndose en negociaciones y lograr pactos democráticos.
Lo segundo es lo que pasa “en las alturas” entre quienes detentan el poder. Llegado a un punto de agotamiento, desgaste y/o pérdida de legitimidad, se abren a la posibilidad -y, luego, a la necesidad- las negociaciones.
En situaciones críticas puede ser preponderante el papel de lo que podríamos llamar “desertores” del autoritarismo. Un caso emblemático fue Adolfo Suárez en España quien habiendo tenido altos cargos durante la dictadura franquista, fue después figura clave en la transición con un rol impecable como presidente del gobierno desde 1976. Años cruciales que hicieron efectiva y sólida la transición.
En tercer lugar están los buenos oficios o el papel de los “negociadores” que impulsen la apertura de diálogos y los desarrollen. Dependerá de cómo contribuyen a formular las agendas y crear las condiciones de diálogo franco, sustantivo, creativo y constructivo.
En la región, procesos de severa tensión política o, incluso, de conflictos armados no internacionales, fueron resueltos mediante el diálogo y acuerdos de paz con los buenos oficios de Naciones Unidas, como en El Salvador, Guatemala, Colombia.
En cualquiera de los asuntos, y sea cual fuere la ubicación en la tensión y conflicto de que se trate, el diálogo y la negociación son, en resumen, la puerta más eficaz de salida. María Corina Machado ha sido clara en estos días al mostrarse a favor de una negociación. Es en realidad el único camino para un aterrizaje suave que garantice los derechos de todos y genere condiciones para una sociedad reconciliada.
En ello sería útil la presencia de una persona altamente calificada o de una organización internacional (¿ONU?) cuyos buenos oficios permitan contar con una agenda y un proceso de acercamiento, diálogo y negociación. En lo de ahora en Venezuela, figuras relevantes podrían ser Lula, presidente de Brasil, o su asesor especial en asuntos internacionales, el excanciller Celso Amorim.
La indispensable transición democrática en Venezuela será buena no sólo para sus nacionales sino para toda la región latinoamericana. Una democracia fuerte haría más vigoroso y saludable el acontecer democrático en toda América Latina. De cerrarse todas las rutas de solución democrática negociada, eso sería muy malo para Venezuela y para la región, pues podría impulsar una gran ola migratoria.
Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.