Los datos de la reciente encuesta del IEP, publicados por La República, confirman que la opinión pública es consciente de que la situación del país ingresa a una etapa distinta en la que concurren, en realidad se empalman, fenómenos consistentes, entre ellos el cierre de círculo de la crisis con alta insatisfacción política y económica, la implosión del Gobierno, la radicalización criminal y conservadora del régimen que encabeza el Parlamento, y el bajísimo piso mínimo de los aspirantes presidenciales conocidos.
Esta etapa de empalme-embalse de cara a 2026 podría revertirse solo si se produce un nuevo ciclo de movilizaciones continuadas, o si el Congreso decide sacrificar al Gobierno por los daños a las expectativas electorales de sus principales grupos parlamentarios y emprende un gobierno de transición que, a estas alturas, tendría igual o peor efecto electoral. Sin embargo, se podrá controlar el embalse —relativamente—, pero el empalme; es decir, mala política y economía juntas, es de mediano plazo.
La impopularidad del Gobierno y el Congreso es concurrente con las percepciones sobre su impacto en la economía, de modo que 7 de cada 10 peruanos creen que la crisis política los afecta mucho o algo en su situación económica, y 6 de cada 10 consideran que el próximo año la situación económica del Perú “será peor”. Ha terminado por diluirse la paradoja peruana que asombraba en los estudios de A. Latina y que consistía en crecimiento sostenido con alta insatisfacción ciudadana. La relación entre crisis política/económica e insatisfacción política/económica es total. El malestar es uno y nadie lo divide.
Se ha cerrado el círculo de la crisis. Sin cuerdas separadas, se tiene a la vista un alambre de púas cuyas puntas más afiladas son la pobreza urbana, la inseguridad alimentaria de por lo menos de 2 millones de personas y la pobreza en alza en 21 de las 25 regiones, con 3% de crecimiento del PBI nacional máximo. Al 70% no le alcanza el ingreso y tiene dificultades o grandes dificultades con aquel, que en los sectores D/E llega al 90%.
Cerrado el círculo de la crisis, la percepción de la utilidad del próximo proceso electoral se funda especialmente en el cambio. El adelanto electoral pudo oxigenar la expectativa de cambio, pero fue bloqueado por el Congreso y los grandes decisores de la economía. No sé si se arrepientan, pero en la encuesta del IEP, 7 de cada 10 ciudadanos esperan que en las elecciones aparezca una persona que lidere un cambio para el Perú. Esta idea es aún mayor entre quienes se definen de derecha.
En la etapa del empalme-embalse aumentan las posibilidades de un outsider radical o superoutsider. Entre la medición de marzo y mayo del IEP sobre identificación ideológica, se procesaron cambios significativos: la identificación de “centro” cayó de 40% a 35% y disminuyó la adhesión a la centroizquierda y centroderecha. El país ya no tiene un centro solitario, sino un centro en posición de caída.
Es probable que el superoutsider que la mayoría del país espera no sea ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario; es decir, extremista en la palabra y la acción, nacional populista, y con un programa incompleto y contradictorio. Un discurso de cambio racional y radical al mismo tiempo, pero eficaz, reflexivo y pactado, es cada vez más difícil de ser estructurado con cierto éxito.
Una sociedad ignorada, subestimada y reprimida a sangre y fuego, y actualmente no contactada por las ofertas políticas, es cada vez más difícil de representar. Las demoledoras campañas contra Verónika Mendoza en 2016 y 2021 y la dura acometida contra lo que se nombra elásticamente como caviar —el gran consenso del extremismo de derecha e izquierda— asoman como un punto de llegada, el superoutsider.
Que ese superoutsider salga del elenco por el que pregunta las encuestas es también poco probable, salvo que el régimen actual, en el esfuerzo de reelegirse, inhabilite candidatos y lleve a cabo una operación nada pacífica; es decir, que forme un gran frente de ultraderecha orgánica y controle directamente el proceso electoral, acompañando la campaña con reglas económicas que impidan temporalmente los estragos de la crisis económica.
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En la encuesta de IEP, los 7 candidatos mejor ubicados apenas reúnen el 12% de la intención de voto, en tanto que más del 80% no responde o no acepta a ningún aspirante tradicional. Solo en Lima el 25% tiene una adhesión a alguien del elenco tradicional, un porcentaje igualmente bajo.
La etapa del empalme-embalse viene con su clave electoral que los peruanos ya conocemos: un bajo piso mínimo de los candidatos conocidos, como lo que se apreció en 2021, con un desembalse de votos en el tramo final de la primera vuelta.
El piso mínimo es más estructural de lo que parece. Cuestiona la cortedad del análisis que sostiene que el principal elemento de las coyunturas peruanas es la baja aprobación de la presidenta. Es cierto, la presidenta está en la lona, como también es cierta la baja aprobación de sus aliados y opositores, una competencia política totalmente imperfecta y atípica, sin alternativas; es decir, todos a la baja.
Si la polarización es el elemento central del escenario, como porfía una parte del análisis, esta tiene dos dimensiones: una horizontal, entre un régimen gobernante con un pie en la ilegalidad, empeñado en reelegirse, frente a un conjunto de fuerzas democráticas disgregadas y debilitadas; y la otra vertical, entre un sistema agotado que no es capaz de producir una oferta creíble y atractiva a los peruanos, frente a una sociedad insumisa y muy insatisfecha que los rechaza —a todos— y que está dispuesta a dar a luz su propia representación, defectuosa como en 2021, pero suya.
Reconociendo las dos polarizaciones, no subestimaría la fragmentación. Creo que su naturaleza es más decisiva. Ella opera con frecuencia como chispazos o relámpagos de todas las crisis, aunque se empiezan a apreciar expresiones más preocupantes de ella, de modo que también habría dos fragmentaciones, la clásica o tradicional, menos corrosiva del sistema, como diversas intensidades de demandas al Estado, y la fragmentación corrosiva del sistema, como el colapso de la seguridad en algunos territorios o irrupción de la economía ilegal en la política en algunas regiones.
Al instalarse, la dinámica del empalme-embalse es perversa. El poder adopta decisiones controvertidas o reprobables en su intento de garantizar su reelección, confiado en el supuesto desinterés y apatía de la población, pero ellas operan como trasvase de elementos a la insatisfacción nacional embalsada. Deciden bajo el cálculo de que es poco probable un desembalse en las calles. Quizás acierte en eso, pero ello no impedirá el desembalse electoral.
Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.