La democracia, como sistema de Gobierno, está en riesgo en el mundo, no solo en el Perú. Pero que así sea no es motivo de alivio para nosotros —no olvidemos que mal de muchos, consuelo de tontos— por el contrario, debiera ser razón de alarma para prestar mayor atención a las dinámicas sociales, políticas y económicas nacionales que precarizan gravemente la nuestra. Si seguimos como hasta ahora, tenemos un lugar asegurado en el pelotón de los tontos de esta nueva era.
La proliferación de populismos autoritarios —de derecha y de izquierda— solo son una señal clara del fin de la hegemonía de la versión liberal de las democracias. Una muestra fehaciente de su incapacidad para satisfacer a sectores cada vez más grandes de la sociedad que están dispuestos a sacrificar parte de sus derechos a cambio de atención a necesidades dejadas de lado por las democracias. La promesa de la libertad no puede ejercerse en contextos de altísima desigualdad e inseguridad, no verlo es pura necedad.
La reducción de la agenda liberal a la defensa del mercado y la propiedad ha causado estragos serios en la valoración de la democracia, transformada a la vista de muchos en un sistema que defiende privilegios de unos pocos en detrimento de las mayorías. Dejar de lado la agenda social, central para hablar de procesos reales de democratización, ha dado cabida a discursos autoritarios que prometen transformaciones profundas a cambio de la eliminación de libertades. Maduro en Venezuela y Bukele en El Salvador son dos ejemplos en la región, dos caras de la misma moneda.
Liderazgos populistas autoritarios surgen en condiciones sociales adversas, se nutren de la frustración y la desesperación de las personas. Pero requieren de algunos elementos adicionales para imponerse. En El ocaso de la democracia, la periodista norteamericana Anne Applebaum muestra cómo los proyectos populistas autoritarios ganan terreno en los imaginarios sociales, en las preferencias de la gente, sobre la construcción de narrativas que distorsionan la realidad con base en el manejo de la información. Recordando al viejo Althusser, con el manejo de los aparatos ideológicos del poder.
Se construyen “verdades” distorsionando los hechos. Las famosas fake news son parte de este proceso. Se difunden con mucha rapidez y la capacidad de contrarrestar su efecto es muy limitada. Veamos sino cómo en el país se siguen usando, por parte de un sector importante de los medios de comunicación y de manera cada vez más alarmante en las redes sociales, afirmaciones ya desmentidas previamente. Pero la repetición permanente va horadando la capacidad de discernimiento de la población. Si bien corear mentiras no las vuelve verdades, sí las puede volver dogmas.
Se sigue repitiendo, por ejemplo, que los muertos en las protestas contra Dina Boluarte son consecuencia de la defensa del patrimonio público atacado por vándalos o terroristas. La República, IDL Reporteros o Noticias SER han probado que la gran mayoría de las personas muertas no estaban ni tomando aeropuertos ni incendiando fiscalías. Incluso hay grabaciones que muestran cómo transeúntes que ni siquiera estaban ejerciendo su derecho a protestar terminan asesinados en Juliaca. Pero Otárola, Boluarte y sus aliados en el Parlamento, que siguen bloqueando la conformación de una comisión que investigue los asesinatos, continúan justificando la represión violenta que acabó con la vida de decenas de compatriotas con base en la supuesta defensa del Estado, de la democracia, frente al terror.
Este discurso se pretende instalar en la sociedad tomando como insumos la difícil memoria nacional en torno al terrorismo, al conflicto armado interno que vivimos desde los años 80, así como las brechas profundas que dividen nuestra sociedad. Los hondos y mortales desencuentros de los que hablaba Carlos Iván Degregori.
Estas distancias ayudan a la proliferación de discursos que construyen un enemigo interno. Identifican un sector social al que hay que combatir pues no son personas con las que se pueda entrar en un diálogo —negociación— para la solución de posibles conflictos, como lo mandaría una práctica democrática, son en cambio “terroristas”, “violentistas”, “vándalos”, que nos ponen en riesgo. Al calificar a nuestros adversarios como terroristas, lo que hacemos es deshumanizarlos. Se juega con el miedo y se profundizan las diferencias.
Si a esto le asumimos que vivimos en una era de alta incertidumbre, donde se van rompiendo los viejos paradigmas que daban orden a nuestras vidas, la ansiedad que se genera es muy grande. Ya no podemos tener mayores certezas. Cambian los presidentes de manera acelerada, nos cae una pandemia que altera profundamente la vida, las guerras en territorios que ni soñamos en conocer alteran el mercado global y generan inflación que nos afecta cotidianamente a nosotros, a nuestra posibilidad de alimentar a la familia. Ya no podemos tener certeza ni del clima. Todo cambia de manera acelerada y nuestra capacidad de reacción se limita. La necesidad de verdades simples, que reduzcan la complejidad de la vida, es aprovechada de manera descarada por la política populista autoritaria y sus medios de comunicación.
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Contrarrestar el manejo distorsionado de la información es central y no es una tarea para nada fácil pues, dado el avance de las tecnologías de la información y la comunicación, tenemos la sensación de acceder cada vez más a información. Estamos inundados de datos todo el tiempo. Ocurre entonces lo que advierte el filósofo surcoreano Byung-Chul Han: “La información por sí sola no ilumina al mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa”.
Como sociedad que vive en riesgo de perder su democracia, debemos apreciar sobremanera el trabajo de espacios de comunicación alternativos que desnudan las medias verdades y ponen en evidencia las distorsiones de la realidad que hacen políticos y corporaciones mediáticas. Es por eso que desde esta columna quiero agradecer y felicitar el trabajo realizado en cerca de dos décadas por el equipo de Noticias SER, grupo humano liderado por Javier Torres, que logró montar una red realmente nacional y contrahegemónica. A diferencia de ciertos medios que se dicen nacionales pero que son básicamente limeños, Noticias SER buscó acercar las regiones a Lima.
Puso el micro en las voces de los protagonistas de los sucesos que la gran prensa busca silenciar. Como ellos señalan, interpretaron los hechos desde una perspectiva descentralista, poniendo luz sobre acontecimientos que resultaban inentendibles para el gran público de los medios de comunicación tradicionales. Pero el periodismo serio, analítico, que informa y no deforma requiere recursos y en estos tiempos parecen estar agotándose, como parece agotarse nuestra democracia.
Socióloga, con un máster en Gestión Pública, investigadora asociada de desco, activista feminista, ecologista y mamá.