Puntos ciegos, por Jorge Bruce

En la práctica del psicoanálisis, los llamados puntos ciegos desempeñan una función esencial. Es aquello que el paciente no puede ni quiere ver sobre sí mismo. Puede ser porque es doloroso, humillante, traumático o una frecuente combinación de todas las anteriores. Como es evidente, el trabajo terapéutico consiste en llegar poco a poco a una situación en que la persona involucrada se encuentre en condiciones de ver aquello que le resulta esquivo.

El analista no es ajeno a este escotoma de la experiencia. El profesional es víctima de sus propias opacidades, razón por la cual es fundamental que haya trabajado en ellos en su propio análisis durante el tiempo necesario. Aun así, puede suceder que se creen colusiones o malentendidos que entorpezcan el trabajo de la pareja analítica. De ahí que la supervisión sea un aliado indispensable del profesional.

Como supondrán los amables lectores, se viene la consabida extrapolación a nuestra actual y desesperante coyuntura política. El ejemplo del fraude fue un clamoroso punto ciego. Mucha gente creía de buena fe que esto había ocurrido, sin duda alguna. Un dermatólogo que estaba a punto de quemarme con nitrógeno líquido un lunar al lado del ojo, me lo afirmaba en su consultorio con tono iracundo (tuve que cambiar de tema por mera prudencia ocular).

En realidad, esa narrativa era un punto ciego que nos hizo perder un tiempo valioso para ponernos a trabajar en salir del entrampamiento en el que ahora nos encontramos. Castillo ha ido adquiriendo ciertas habilidades de supervivencia y absolutamente ninguna para gobernar. No obstante, su aprobación aumenta (31 % según la última encuesta del IEP). Pese a que el desgobierno y el caos son ostensibles y perjudican sobre todo a los más necesitados, los resultados son esos.

Una oposición empeñada en medrar hasta el último día, al tiempo que hace gala de una incompetencia política equiparable a la del Gobierno, sigue sin entender que sus odios y acusaciones disparatadas como la de traición a la patria, solo fortalecen al Ejecutivo. Parecería una táctica disimulada para seguir ellos hasta el 2026, de no ser porque podrían terminar clausurados sin que nadie derrame una lágrima.

Ahora mismo, los puntos ciegos que más cuentan son los nuestros. ¿Seremos capaces de levantarnos como sociedad civil y acabar con esta minuciosa destrucción de nuestra precaria democracia e instituciones?