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Boric: “octubrismo” o gobierno imperfecto, por Irma del Águila

“Petro y Lula saben de enconadas discusiones ideológicas, vaya que sí, y del rigor de la cárcel, pero también de la importancia del ejercicio de la función pública”.

En Chile, Gabriel Boric, cuya figura política creció al calor de las jornadas de octubre de 2019, se encuentra hoy en medio de una tensión, entre la retórica “octubrista” y los compromisos políticos necesarios para cumplir con (algunas de) sus promesas de campaña. No es fácil. Sucede que Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson son exdirigentes estudiantiles, vienen de un microclima político donde las ideas y consignas son performance y combustión de las movilizaciones contra el statu quo.

Luego de la dramática derrota del “Apruebo” (el “Rechazo” sacó 62%), Boric prescindió de Izkia Siches y (a medias) de Giorgio Jackson, dos jóvenes figuras criticadas tanto por sus gestos como por la impericia en la gestión de los conflictos. Aun así, el peso de las consignas (promesas de realizaciones idealizadas) se mantiene de la mano del Partido Comunista que se resistió tanto como pudo a aprobar “aclaraciones” (delimitaciones) al texto constitucional, incluso cuando ya era evidente que se iba a perder el plebiscito. El PC solo cedió tres semanas antes del día D (4 de setiembre) y a regañadientes porque, ya se sabe, “arriar banderas de lucha” en el mundo de las ideas (ideología) es “traición”.

El historiador Omar Acha decía del teórico Ernesto Laclau, que ayudó a dar legitimidad al régimen de los Kirchner, que “no incide en la acción real”. En cristiano, el populismo de Laclau ofreció un “combustible argumentativo”, aunque las decisiones se adoptaban en otro lugar, “en el territorio donde la dirigencia kirchnerista decide qué hacer”.

Ese “otro lugar” es el de “la política”, donde se pelean las transformaciones del Estado y de la sociedad, que existe en procesos abiertos y, según la evaluación de la correlación de fuerzas, echa mano de reacomodos y acuerdos provisionales. Así lo entienden otros líderes de la región, Gustavo Petro y Lula, instalados hace mucho en el terreno de la acción política. Sesentón y setentón respectivamente, saben de enconadas discusiones ideológicas, vaya que sí, y del rigor de la cárcel, pero también de la importancia del ejercicio de la función pública. Estos “viejos” políticos pueden caer en excesos de retórica setentera (el “Pinochet vive” fue una lectura “vintage” de lo ocurrido en Chile), pero en el cotidiano toman decisiones “pragmáticas”, con arreglo a fines. Petro necesita aprobar sus reformas en el Congreso y reimpulsar el proceso de paz; Lula, armar un “frente antifascista amplio” que derrote a Bolsonaro. Para conseguirlo, ensanchan el campo político: uno, pacta con liberales y socialdemócratas, el otro, con el centro derecha.

Boric y su equipo se sienten constreñidos por la “marea” constituyente de octubre de 2019. La retórica “octubrista” movilizó sueños y aspiraciones políticas, aupó a Boric a la presidencia. Pero luego, la tarea de gobernar requiere, afirma Sergio del Molino, de “fracasos” que fuerzan compromisos y, agregaría, con arreglo a una estrategia, ese “territorio” donde se decide “qué hacer”.