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Mala prensa, mala democracia

“... la prensa debe ser libre. No basta con poder pensar con libertad, sino también difundir lo que pensamos con libertad”.

Un episodio menor: un canal de televisión, conocido por su pasión por la desinformación sobre la situación nacional, salió del cable por un rato. Como es de esperarse en estos tiempos, las reacciones fueron inmediatas y contundentes. Los antagonistas más dedicados de tal canal celebraron la caída; los partidarios acendrados del mismo manifestaron que era un atentado contra la libertad de expresión, que quizá el Gobierno estaría detrás. Todo por una falla técnica que se solucionó rápidamente.

En buena cuenta, era la manifestación de una sobrevaloración: la prensa no es tan importante para formar la opinión de la gente como se piensa, pero sí azuza las reacciones que sus emisiones tienen cuando son mutadas al ser intercambiadas por los usuarios en sus redes. Cuánta gente ve un programa, cuánta gente se toma en serio un programa, es muy distinto a cuánta gente al interior de mi red de contactos —mi red social— recoge y expresa un juicio sobre el contenido que comparte. Pasiones de un lado y otro, como las del caso en cuestión, reflejan la cámara de resonancia en la que vivimos en las “redes”.

Lo que no quiere decir que la calidad de la prensa no importe, aun más si decide dedicarse a exacerbar posiciones e ignorar hechos. En la campaña electoral pasada, la falta de interés por equilibrio y honestidad intelectual fue exhibida por muchos medios de prensa, incluyendo el de la anécdota inicial, propagando ridiculeces como aquel criptoanalista sobre los resultados electorales, o lo que un ahora legislador espetó, usando datos incompletos leídos incorrectamente, calificando a las vacunas entonces disponibles en nuestro país como “agua destilada”. En muchos más, la actitud de la prensa ha sido soltar malintencionadamente algo solo para luego ignorar las consecuencias de sus actos o, peor aún, esconderse tras la “libertad de prensa”.

Entonces, ¿qué hacer cuando la prensa no asume su responsabilidad porque solo busca que sus intereses ganen? No podemos tener una democracia efectiva sin prensa honesta, y sin autorregulación, necesitamos normas que hagan responsables a sus dueños de las mentiras que se emiten. Con adjudicación independiente y debido proceso, es la defensa más aceptable.

Pero sin abandonar la premisa clave: la prensa debe ser libre. No basta con poder pensar con libertad, sino también difundir lo que pensamos con libertad. Una sociedad democrática no puede existir sin libertad de prensa porque no puede existir sin libertad de pensamiento, y cualquiera que se alegre por la disminución de la libertad no es más que un demócrata Potemkin. La censura es intolerable, pero la irresponsabilidad también: ambas destruyen las libertades que pretenden defender.

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.