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Aníbal Torres: ¿autopistas con o sin Himmler?, por Irma del Águila

“Estamos ante una profunda crisis de paradigmas políticos, nudo ciego del entrampamiento político que arrastramos en los últimos años”.

Aníbal Torres nos cuenta que Mussolini le muestra a Hitler la autopista Milán-Brescia. Hitler maravillado “fue a su país y lo llenó de autopistas, de aeropuertos, y convirtió a Alemania en la primera potencia económica del mundo”. El premier suscribe una épica del progreso alemán, donde el pilar de la construcción retórica es la figura del hombre providencial (un “führer”).

Con una democracia institucionalmente endeble, muchos en el Perú sienten “nostalgia” por una Arcadia déspota, la del orden y el progreso, momentos supuestamente privilegiados de nuestra historia cuando se “hizo obra”, vgr. con el dictador Manuel A. Odría (aunque el gasto monumental estuvo atado a un evento fortuito, la guerra de Corea).

La Arcadia soñada es el progreso del hormigón y el acero —en el caso de Odría, elefantes blancos—, antes que el bienestar de la gente de carne y hueso y ya no digamos la convivencia democrática.

Por lo demás, no confundir, la Arcadia es imaginario social, no es historia. A lo dicho por Aníbal Torres, cabe hacer importantes precisiones fácticas:

No, Hitler no “convirtió a Alemania en la primera potencia económica del mundo”. Alemania era una potencia económica y militar desde fines del siglo XIX, cuando se crea el Imperio alemán (II Reich) hasta la derrota de 1918. De hecho, hacia 1913 era el primer productor de manufacturas de Europa, superando a Gran Bretaña, cuna de la Revolución Industrial.

Con la debacle de 1918 vino la República de Weimar, las reparaciones de guerra, la inflación, la irrupción del nazismo. Hitler creó el sistema Reichsautobahn en 1933, que levantó una red de 3.800 km de autopistas. Y sí, dio trabajo a varios miles de alemanes desempleados. Aunque con la guerra la fuerza laboral alemana (conscriptos) se redujo sensiblemente (un tercio): el grueso de los trabajadores fue en adelante prisioneros de guerra.

Hacia 1940, el Reichsautobahn contaba con unos 50 campos de trabajo forzado que incluía internos con fines de “reeducación” (comunistas, socialdemócratas y otros “tímidos”, hoy dirían “tibios”), además de prisioneros de guerra y judíos de los campos de concentración. La administración de esos Judenlager recaía con frecuencia en la temible SS, dirigida por Heinrich Himmler.

No se trata, pues, de apreciar “las cosas positivas” del nazismo, sino de reconocer en “eso” que el premier admira una dimensión espeluznante, el trabajo forzado y esclavo, que le es consustancial.

Los comentarios en redes que banalizan las declaraciones de Aníbal Torres (“no es para tanto”) exponen representaciones autoritarias del “cambio social”, esas donde se soslayan los “sacrificios” (Torres dixit). Una lógica instrumental no muy alejada del razonamiento fujimorista, “nosotros matamos menos”. Estamos ante una profunda crisis de paradigmas políticos, nudo ciego del entrampamiento político que arrastramos en los últimos años. ¿Y si imaginamos un Perú distinto?

La República

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