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Una tregua simulada y un país hastiado

“Un país hastiado que empieza, poco a poco, a entender la urgencia de cambios de fondo y de una reforma política que cambie el ‘que se vayan todos’ por ‘que vengan nuevos y mejores’”.

La anunciada “tregua” entre el Legislativo y el Ejecutivo o el momento de “darle un respiro” al país, como también ha sido denominado, no es otra cosa que la aceptación tácita de sus protagonistas que llevamos casi siete meses sometidos al espectáculo bochornoso y grosero de una lucha de poderes, intereses e intransigencias, que ahora ya no se esfuerzan por maquillar o solapar, y en la que el bien común y las urgencias de la ciudadanía no han encontrado espacio para hacerse resonar, a pesar de sus fuertes ecos, por encima del terrible ruido de un constante escenario de crisis política.

En los últimos días hemos sido testigos de declaraciones y gestos impensados, y casi de ficción, entre Legislativo y Ejecutivo, imposibles de anticipar hace algunas semanas, en que ambos poderes se enfrascaban en acusaciones y amenazas mutuas, a las que como ciudadanía, penosamente, nos hemos acostumbrado y que han generado, legítimamente, una enorme sensación de cansancio, de hastío y de desesperanza frente a una clase política indolente, de espaldas a los justos reclamos y vergonzosamente complaciente con intereses oscuros que colisionan directamente con el interés general.

Sin embargo, no está demás recordar que algún nivel de coincidencia y encuentro ha habido antes entre ambos poderes en torno a intereses concretos, todos ellos divorciados de las expectativas ciudadanas de mejora de las condiciones de vida y oportunidades, como han sido la contrarreforma del transporte, la contrarreforma magisterial, la contrarreforma universitaria y el blindaje a representantes de ambos poderes. También es bueno recordar que este “respiro” al país no surge en torno a una mínima agenda conocida en la que se hayan priorizado los urgentes reclamos de la ciudadanía y una sensata ruta común de construcción del proyecto país, sino que ha surgido de un momento político de crisis y cuestionamientos a ambos poderes por su desempeño.

Este escenario, que arrastramos hace por lo menos un quinquenio, ha dado lugar a un profundo sentir ciudadano, evidente en últimos sondeos de opinión, que cobra toda su potencia en la expresión “que se vayan todos”.

Parece claro que hay una relación causal entre este comprensible sentir ciudadano, que cobra fuerza frente al constante accionar de ambos poderes, y la anunciada “tregua” entre ambos poderes. Una relación, en donde la primera resulta ser la causa de esta iniciativa simulada con el propósito de mantener el statu quo y dar oxígeno para garantizar la supervivencia de ambos poderes en medio de un escenario que les es igualmente hostil y en el que prima la amplia desaprobación ciudadana a ambos.

Bien les vendría recordar que ninguna tregua simulada, vacía de sentido, será suficiente para devolverle la confianza a un país hastiado que empieza, poco a poco, a entender la urgencia de cambios de fondo y de una reforma política que cambie el “que se vayan todos” por “que vengan nuevos y mejores”.

La República

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