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El falo del pueblo, por Jorge Bruce

“Aprovechemos este acontecimiento para atraer la atención del público a los maravillosos huacos eróticos expuestos en el museo Larco Herrera, cuya visita recomiendo encarecidamente”.

Entre los célebres lapsus de políticos peruanos, destaca el del presidente Sánchez Cerro: “Soy el miembro viril del ejército peruano”. Parece que pretendía designarse como integrante del viril ejército peruano, pero su inconsciente hizo de las suyas. Si a lo anterior se añade que su apodo era “el mocho”, por tener un dedo seccionado, el círculo se cierra.

Puestos a hablar de falos y de mochos, es inevitable asociar la escultura que imita un huaco moche, instalada en el camino a las huacas del Sol y la Luna, en las afueras de Trujillo. La ya célebre imagen del huaco erótico que representa aun habitante de esa cultura que floreció entre los siglos II y VII después de Cristo en esa región fue instalada por orden del alcalde de Moche, Arturo Fernández Bazán. Parece tratarse de una maniobra publicitaria, orientada a su futura campaña como alcalde de Trujillo.

Puede decirse que el operativo de marketing ha sido un éxito. El sonriente portador del falo desmesurado ha generado una atención jocosa y festiva entre los visitantes de la zona. Han aparecido vendedores ambulantes, banderas inexplicables y todo un movimiento entre comercial y social que alarmará a los cultores del “buen gusto”, pero que parece traer alegría y dividendos siempre bienvenidos. En particular en los tiempos tan duros y tristes como los que estamos viviendo. El candidato potencial puede sonreír satisfecho y, quien sabe, fantasear con que los electores le atribuyan la potencia representada por ese pene gigantesco y desproporcionado.

El símbolo fálico es la representación patriarcal por excelencia (el varayoc o el cetro, por ejemplo). Pero si fuese una estatua de una mujer mostrando una tremenda vulva, sería un escándalo. Lo burdo del monumento en comparación con los espléndidos huacos eróticos de la cultura mochica es irrelevante para esos efectos. Esta no es una obra de arte, sino una hábil operación de propaganda política subliminal, análoga al lapsus de Sánchez Cerro, cuyo dramático final —fue asesinado saliendo del hipódromo— no parece haber arredrado a Fernández Bazán. Ojo: los dioses son implacables cuando se trata de hubris.

Aprovechemos este acontecimiento para atraer la atención del público a los maravillosos huacos eróticos expuestos en el museo Larco Herrera, cuya visita recomiendo encarecidamente. Asimismo, el excelente libro de Gabriela Wiener, Huaco retrato, en el cual la autora explora con su habitual brillantez, hondura y desenfado el rostro, la historia y el erotismo.

La República

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