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La política de la pandilla

“Los malcriados de las librerías Book Vivant o Primera Parada han fortalecido la figura de Sagasti como defensor de la democracia institucional”.

Los recientes ataques, presenciales y remotos, al expresidente Francisco Sagasti dicen cosas sobre qué está sintiendo la ultraderecha. La más notoria es que ese sector está odiando más al centro político progresista que a la izquierda que hoy actúa desde el poder y en torno de él. Hay cierta lógica práctica en esa actitud.

César Hildebrandt lo resume bien: “La derecha quiere barrer y castigar a cualquiera que no haya votado por Keiko Fujimori”. Es decir todos los que al negarle el voto le impidieron la victoria, y así le allanaron el camino a Pedro Castillo. Para ellos Sagasti es culpable de no haber alentado desde su gobierno los gritos de fraude.

Sagasti da su propia interpretación de las asonadas en su contra: “La ultraderecha esperaba que el gobierno de transición fracasara para entrar triunfante al Ejecutivo”. Como el fracaso no se produjo, y más bien hubo una gestión razonable, el consuelo ahora consiste en un intento de demolición retroactiva.

Más que una estrategia, lo que estamos viendo son actos de trastorno político. Pues el centro fue un concepto vacío en medio de la polarización electoral de mediados de año. Pero ahora en el Congreso y en las encuestas es un sector importante. Lanzarse contra él, acusándolo de terrorista, es dispararse al pie a no tan largo plazo.

El propio Castillo, visto por muchos como un político ineficaz, ha entendido rápido las ventajas de ir incorporando consideraciones de centro a su estrategia de gobierno. No ha sido el caso de la ultraderecha, prisionera de una autodefinición 100% ideológica y rencorosa, cuyo horizonte hoy se limita al mitin relámpago.

Los partidos centristas del Congreso harían bien en parar la oreja. Pues ellos son el sector intermedio contra el que se va a lanzar la extrema derecha, en todos los escenarios futuros. Tanto si logra crecer siguiendo a Fujimori o a López Aliaga, como si se pasma en los corrillos intransigentes que ahora representa.

Los malcriados de las librerías Book Vivant o Primera Parada han fortalecido la figura de Sagasti como defensor de la democracia institucional. Precisamente el tipo de defensa que los extremos de ambos lados rechazan, y a la cual el centro político debería dedicarse con más fuerza.

La República

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