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El terror de los campesinos

“Se mató y se remató a muchos peruanos dedicados a subsistir penosamente, con el propósito de aterrorizar a los sobrevivientes”.

Abimael Guzmán está partiendo con el sórdido membrete de ser “el mayor genocida en la historia del Perú”. En realidad venimos de siglos de destrucción de etnias o pueblos enteros, pero sin duda el llamado Presidente Gonzalo figura en esa repugnante competencia. Junto a él, no hay que olvidarlo, los seguidores de su política de masacres.

Lo más chocante en la trayectoria de Sendero Luminoso fueron los asesinatos entre campesinos desarmados, la mayoría de los cuales ya padecía desde siempre el flagelo de la miseria. Se mató y se remató a muchos peruanos dedicados a subsistir penosamente, con el propósito de aterrorizar a los sobrevivientes.

En su recuento de la tragedia nacional la Comisión de la Verdad constató que la inmensa mayoría de los muertos fueron ciudadanos ajenos a las filas de los dos bandos enfrentados. El famoso río de sangre que reclamaba Guzmán desde sus refugios urbanos lo produjeron pueblos que no eran, al menos al comienzo, enemigos de SL.

Asesinar al espectador inocente fue una lección aprendida de las más sanguinarias dictaduras, en los extremos ideológicos de la izquierda y la derecha. SL escogió a los que tenía más a la mano, que eran por añadidura los más indefensos. Guzmán pensó que así acumulaba fuerzas, y ese fue uno de sus principales errores.

Es evidente que esta muerte de Guzmán preso, anciano y enfermo, resulta un anticlímax. En realidad desapareció en los días de su captura hace casi 30 años, cuando desmovilizó a sus columnas de asesinos para salvar su vida, y también por cierto para obtener mejores condiciones carcelarias. Quizás supuso que tendría una nueva oportunidad.

Esa dócil conducta en beneficio propio fue además una absoluta falta de respeto por todos aquellos que habían entregado la vida en el cumplimiento de sus instrucciones. El propio Movadef nunca ha pasado de ser una organización concebida para liberarlo a él; hoy que empieza a convivir con el poder, va camino de convertirse en cualquier otra cosa.

Como ha titulado Víctor Caballero su lapidario comentario sobre el tema, “Nada que celebrar, nada que lamentar” con la muerte de Guzmán. Quizás sí, una lección que ganar sobre quienes buscan hacer una revolución convirtiendo al pueblo en su víctima.

La República

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