¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?

No se estuvo a la altura del combate

Segunda vuelta confirma el pesimismo y el escepticismo.

Para quien siente, desde su modesto punto de vista, que el Perú perdió el 11 de abril, y hasta bastante antes de la primera vuelta, era poco lo que podía esperar de la segunda ronda que termina este domingo.

El pesimismo radica en una dirigencia política que, con pocas excepciones, de derecha a izquierda, es deplorable por una mediocridad intelectual e incapacidad de acción al servicio del país, en vez de sus bolsillos, y que no está a la altura del desafío actual.

El desafío es un país colapsado con más de 180,000 muertes, 3.3 millones de nuevos pobres, reducción de la clase media de 46% a 34% y el deterioro de la reputación de la política como mecanismo de solución de los problemas sociales. Todo en un año de pandemia.

Ese pesimismo confluyó con escepticismo sobre la posibilidad de que la segunda vuelta pudiese ayudar a reconstruir la ilusión de que puede haber un futuro estimulante para los ciudadanos peruanos, aunque igual valía darle una oportunidad a la utopía.

El problema es que, de todas las segundas vueltas posibles, nos tocó una de las peores que se pudiera imaginar.

Keiko Fujimori pertenece a una dinastía política que lleva sus enredos privados a la arena pública para querer resolverlos a costa del interés general y que, habiendo tenido logros para desenredar el colapso colosal que dejó el primer gobierno de Alan García, en balance no le hacen bien al país. Una derrota de Fuerza Popular permitiría acelerar su desaparición de la política.

Pero la opción para conseguirlo es muy cara: el profesor Pedro Castillo, quien, o ha ocultado bien sus habilidades hasta ahora, o estas son bien diferentes de las que requiere un país en crisis –o en estabilidad–, y que, en cada presentación, deja más dudas sobre su capacidad de respetar principios básicos de la democracia y de la economía.

Las siete semanas pasadas, incluyendo el debate del domingo, confirman el fundamento del pesimismo y del escepticismo, pues ninguno estuvo a la altura del desafío, al igual que una sociedad en que, penosamente, la mayoría de las personas e instituciones se dedicó a tomar partido sin obtener garantías de que no serán lo que parecen.

Ni los candidatos ni el país estuvieron a la altura del combate. Qué pena.

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