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Alimañas

Con Alberto Fujimori se consolidó la idea de narcotraficantes, como señal de que su gobierno había eliminado a SL, como reclamaba.

En estos días se vienen alternando las palabras senderista, narcotraficante, narcosenderista y narcoterrorista para definir a los asesinos de Vizcatán. No son diferencias gratuitas, pues si bien se trata en esencia de las mismas personas, cada uno de los usos corresponde a un énfasis distinto frente a la naturaleza de la violencia en el VRAEM.

Lo que se mueve por esas espesuras es al mismo tiempo narcotráfico y senderismo, en una asociación de mutua conveniencia similar a la que tuvieron las FARC en Colombia. Ambos grupos están en lo mismo, pero no necesariamente son las mismas personas. Los narcos manejan un negocio, los senderistas lo protegen de las autoridades.

Quizás fue con el segundo Fernando Belaunde que se empezó a utilizar narcoterroristas, no solo para precisar la naturaleza del enemigo, sino además para establecer el vínculo con la delincuencia común de un grupo que se reclamaba de la política. Por claras razones este SL selvático nunca reconoció la relación con sus patrocinadores financieros.

Con Alberto Fujimori se consolidó la idea de narcotraficantes, como señal de que su gobierno había eliminado a SL, como reclamaba.

Los narcotraficantes de la zona por su parte nunca han dado la cara, dado que tienen a las columnas armadas y a sus declaraciones políticas como cobertura del negocio. Cuando no hubo choques con las fuerzas del orden se habló de senderistas, cuando la producción y el tráfico pudieron ser llevados adelante sin mayores problemas, se habló de narcos.

La estrategia de la droga en el VRAEM siempre ha sido evidente. Si el Estado no se mete con el negocio, los senderistas mantienen una suerte de paz que es un control sobre la población local productora. Los gobiernos han reconocido las inconveniencias políticas de una guerra total que siempre se ha presentado difícil de ganar.

A la vez las columnas han mantenido una especie de actividad senderista de tipo ritual, que les ha permitido yuxtaponer la imagen de políticos a la de criminales. Como si tuvieran dos chalecos que se pueden poner y quitar, de acuerdo a las circunstancias. Pero no tiene sentido preguntarse si son galgos o podencos. El problema es uno solo, y no va a desaparecer por su cuenta.