¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?

Debates como Dios (y la ciudadanía) mandan

“Resulta imperativo replantear los términos de los debates presidenciales”.

*Mi discreto homenaje a Rafael Roncagliolo, en el recuerdo de muchos.

El evento en Chota, cierto, permitió un acercamiento emocional de la gente con los candidatos. La plaza es el espacio donde se proclaman las consignas a los seguidores y se transmiten imágenes y visiones de país. Eso está muy bien. Pero la plaza pública no es el mejor formato para presentar, escuchar y sopesar ideas de gobierno. Al calor de los aplausos, vítores y pifias, esos candidatos prometieron “obras”, inverosímiles desembolsos presupuestarios en un contexto de pandemia y con un déficit fiscal que ya es del -7%. Ofrecimientos que exceden el optimismo de la época del guano.

Organizar un evento similar al de Cajamarca frente al penal Santa Mónica no solo patearía una vez más la posibilidad de debatir y evaluar ideas, sino que preocupa por la aglomeración de miles de personas en la avenida Huaylas, ignorando las normas de distanciamiento físico; por no hablar del riesgo latente de un enfrentamiento entre simpatizantes.

Los debates en sets de televisión o en ambientes cerrados no es que sigan el mejor formato que jamás se haya inventado, pero permiten algo más de conversación y contraste de ideas, un poco más de distancia y reflexión (en principio).

El encuentro de los candidatos en Chota fue un mérito que le debemos al alcalde, a las organizaciones sociales y ronderos. Pero hay que insistir en el debate del JNE, replanteando los términos. Por lo pronto, el de Chota, televisado y organizado correctamente, se tiró abajo un fetiche: debatir fuera de Lima no solo es posible, sino necesario. Desde el retorno a la democracia, nadie puede decir que existan razones de peso, logísticas, de seguridad y menos de índole política que justifiquen no organizar debates televisados en las regiones. Y, sin embargo, en estos años se han dado muy pocos fuera de Lima, ¿por qué?

El sentido común lo impone: debates presidenciales descentralizados, en la costa norte, sur andino, selva norte, etc., abrirían la posibilidad de dejar las generalidades (“el Perú”) para hablar o intentar hablar de realidades tangibles, el gas en el sur andino, la precariedad de la vida con el fenómeno de El Niño en Piura y Tumbes, el uso sostenible y protección de los bosques y ríos en la Amazonía, etc.

En los debates del JNE también se puede abordar un tema en cada encuentro. Hablar de la educación, por ejemplo, que en el Perú adquiere realidades contrastantes: una cosa es discutir que en pandemia se vuelva a clases semipresenciales en escuelas unidocentes en el campo y otra, muy distinta, en las grandes unidades escolares. No es suficiente hablar pues de “la educación” en “el Perú”, en un segmento televisado de tres minutos. Eso ha dado pie a generalidades.

Resulta imperativo replantear los términos de los debates presidenciales que, fuera de la plaza, favorezcan condiciones para el diálogo y la argumentación, que descentralicen y saquen algo distinto de lo ya visto y producido por los canales de Lima. Con frecuencia decimos que los ciudadanos y ciudadanas se alejan de la política. En realidad, suele ser lo opuesto: el sistema político se aleja de la gente de a pie.

La República

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