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Líderes, medios y grupos

“Con el desarrollo y transformaciones en el modelo económico de los países del norte ganaron terreno una serie de valores autoexpresivos”.

Una tendencia, cuando se presentan acontecimientos como los vistos en el Capitolio la semana pasada, es adjudicarle casi toda la responsabilidad a un líder que supuestamente ha manipulado o manipula la voluntad de la gente. Buena parte de las teorías sobre el comportamiento de lo que, despectivamente, se denominaba “la masa” o “la muchedumbre” de fines del siglo XIX y principios del siglo XX estaban animadas por esa idea. En esa misma línea, los medios de comunicación eran vistos como instrumentos que permitían canalizar mensajes manipuladores que “lavan el cerebro”. Durante muchos años, por ejemplo, se abordó el nazismo como la obra de un Hitler demente que condujo a todo un país a la guerra y el genocidio. Un líder que utilizó diversas formas de comunicación masiva para soliviantar voluntades, obviando el rol jugado por la misma ciudadanía que apoyó este movimiento.

Con el tiempo, diferentes estudios han permitido ver que el anterior es un enfoque errado. En el liderazgo son importantes las características de quien ejerce esa función, pero también lo es el contexto en el que se desenvuelve dicho rol, el momento histórico y las características del grupo con el que se relaciona. Hay un proceso de mutua influencia entre el líder, el grupo con el que se vincula y la situación en la que esa relación se desarrolla. Es indudable que Trump tuvo responsabilidad en lo ocurrido, pero el no inventó ese movimiento.

En los Estados Unidos, los estudios que han buscado explicar qué cambios estructurales han favorecido que un determinado público sea afín al liderazgo populista de Trump se inclinaron inicialmente por destacar lo que se denominó los perdedores de la globalización. Esta idea planteaba que la base de su apoyo estaba en la inseguridad económica que se había generado en todo un sector de la población afectada por el proceso de globalización. La deslocalización de las industrias había generado altos niveles de desempleo junto con un descontento con el sistema en general y con los partidos tradicionales en particular, que eran vistos como los responsables de esta situación.

Como el populismo también está presente en países europeos con estados de bienestar adecuados y sin diferencias socioeconómicas mayores, se buscó profundizar en otros aspectos. Inglehart y Norris1 plantearon la tesis de la reacción cultural. Lo que sostienen es que hay un cambio en la cultura política, un quiebre cultural, asociado al relevo generacional. Con el desarrollo y transformaciones en el modelo económico de los países del norte ganaron terreno una serie de valores autoexpresivos, sobre todo entre la generación más joven y los segmentos con mayor nivel educativo. La protección del medio ambiente, la igualdad de género, de derechos de la comunidad LGBTIQ, etc. ganaron centralidad en este público. La economía es importante pero sola no explica el conjunto. La expansión de estos nuevos valores habría llevado a esta reacción cultural conservadora entre grupos que defienden diversos roles tradicionales (más verticales, antiaborto, antiinmigrantes, etc.), con baja tolerancia y que buscan la vuelta a un pasado idealizado donde eran hegemónicos. En el caso norteamericano, esto es más frecuente entre personas mayores, blancos, con menor nivel educativo y más pobres.

Sin esa dinámica psicosocial no se entiende que para un sector de la población el “make America great again” sea el mantra reeditado dentro de un discurso antiélite que exalta una idealizada voluntad popular. Estas actitudes fueron la base para tomar como propio el discurso populista de Trump. Como lo son para escoger qué canal de noticias ver, qué tipo de noticias creer (aunque les demuestren lo falsas que son) o qué tipo de red social usar. El grupo busca su líder, el líder busca su grupo. Los medios buscan su público, el público busca sus medios.

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La República

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