Frankenstein global

La expulsión permanente de Donald Trump de Twitter el 8 de enero del 2021, a través de la inhabilitación defi nitiva de su cuenta y de todo el material que distribuía por ahí, supone un hito sin precedentes en la historia de la Internet.

Más allá del debate entorno a su responsabilidad en las revueltas del miércoles 6 de enero en el Capitolio y si usó Twitter para impulsar actos de sedición en contra del nuevo gobierno de J. Biden, queda claro que la situación tiene al menos tres consecuencias:

Primera, las redes sociales del tipo Twitter y Facebook se han transformado en mucho más que infl uyentes empresas privadas de tecnología digital. Hoy son verdaderos editores de la opinión global de casi todo el orbe. Y ello implica que gozan de un poder impensable.

Porque como decía Foucault, el verdadero poder no se detenta, se ejerce. ¡Qué más poder que silenciar por fin al líder global más díscolo de los últimos tiempos! Twitter logró hacer lo que muchos poderosos anhelaban: reducir a Trump.

Segunda, este enorme poder ha insuflado aliento a una suerte de extraña criatura con vida propia, ante la cual sus creadores no están ni cerca de poder predecir cómo va a actuar. Twitter es una suerte de Frankenstein colosal que empieza a ser cada vez más difícil de controlar.

Tercera, los eventos del 6 de enero en Washington nos muestran de manera indubitable que el activismo digital y la acción colectiva online tienen consecuencias impredecibles en el mundo offline. Twitter y compañía ya no son solo amables espacios de socialización digital, habiendo derivado en cajas de resonancia mundial y de cualquier tipo de causa o trol.

Estando ya en la línea de partida para las próximas elecciones presidenciales en Perú, es fundamental prestar más atención a lo que pasa en las redes sociales. Reitero mi invocación: ahí hay un espacio que no ha sido cubierto por ningún agente institucional que ayude a potenciar la sana y libre convivencia del siglo 21: la nuestra, en las llamadas redes sociales –social media–.