Este año va a pasar a la historia no solo como el “año de la peste” (o de la pandemia), sino también como el fin de un ciclo y de una época en la cual se pensó que éramos los nuevos tigres del pacífico y que nuestro desarrollo estaba asegurado. Hoy ese tono triunfalista, en parte por este encierro que nos somete el Covid-19, pero también por los hechos mismos de la realidad, como la crisis económica, ha cambiado. La mirada sobre nuestro futuro es sombría y cargada de incertidumbre. La agencia de calificación Fitch Ratings ha dicho (que es una advertencia a la derecha) que la “baja cohesión política y de institucionalidad desde el 2016 podría socavar la capacidad del próximo gobierno de implementar un amplio rango de reformas fiscales, políticas y de productividad económica”.
Dicho de otra manera, el llamado “milagro peruano”, consecuencia de una reiterada política económica neoliberal, pero también de una pandemia que nadie esperaba, está postrado en una UCI y con poco oxígeno. La política y la economía que deberían ser fuentes de certidumbre hoy son todo lo contrario. Como diría un parlamentario inglés en medio de un brote de peste bubónica en el siglo XVIII: “La ciudad está furiosa, pues, Ud. sabe, para los comerciantes no hay peor plaga que un freno en sus negocios”. Se juntan la furia de la calle con la furia de los “hombres de negocios”, pero, además, sobre todo en la derecha, el miedo y la incertidumbre.
Por eso no me parecen extrañas las recientes palabras de la presidenta del Tribunal Constitucional, Marianella Ledesma, afirmando “que los que integran el Congreso no han asumido que vivimos en un Estado constitucional donde el poder no está concentrado en el Congreso” y que ello lo que traerá es el desprecio al orden constitucional y una anarquía “social y jurídica” (Gestión 21/12/20). Y si bien con estas afirmaciones lo que busca era justificar la sentencia del TC que declara inconstitucional la ley de ascensos automáticos en el sector salud aprobada por el Congreso, lo cierto es que no dejan de ser pesimistas y sombrías. El cambio la asusta. Este mismo temor y tono lo encontramos en el diario El Comercio cuando señala (20/12/20) que se está preparando el asalto a la “fortaleza macroeconómica, es decir el buen manejo de la inflación y las cuentas fiscales”. Es el fin de una época, pero sobre todo de una estabilidad mediocre y elitista que terminó por dividir aún más al país.
Por eso creo que las próximas elecciones, de continuar la actual fragmentación y dispersión políticas, así como la crisis económica, no serán el terreno en el cual se solucione esta crisis integral, salvo, claro está, que surja una fuerza o una coalición hegemónica que ponga orden en este país que hoy camina al borde de la cornisa y que plantee concretar un orden social distinto y un nuevo Estado constitucional.
Nuestra situación es similar a la de Bolivia y Ecuador en el 2005. En ambos países, venían de una coyuntura con varios presidentes, grandes movilizaciones, crisis económica y un deterioro de la clase política. En ese marco las elecciones fueron la desembocadura institucional y democrática de procesos sociales, de nuevos liderazgos progresistas, pero también la aceptación de propuestas que buscaban cambiar el orden y el Estado constitucionales. Por eso, impedir o negar esa posibilidad en el Perú es convertir a las próximas elecciones en un acto formal, vacío de contenido, así como perpetuar una democracia precaria y un país en decadencia.
Hoy el contexto regional favorece el cambio si observamos lo que está sucediendo en Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina y Brasil. Como también la derrota de Trump y el triunfo de Biden, sin obviar sus limitaciones. Este escenario alienta no solo la urgencia de una salida progresista en nuestro país, sino también abre la posibilidad de celebrar un bicentenario en el cual sea posible imaginar un nuevo país y una segunda independencia.
Nota: a todas y todos los lectores de La República, una feliz Navidad y un mejor año.
BUENOS AIRES (ARGENTINA), 21/06/2020.- Personal de emergencias médicas traslada a adultos mayores positivos con la COVID-19 de un asilo hacia hospitales, este domingo, en Buenos Aires (Argentina). Argentina superó este domingo los 1.000 fallecidos por coronavirus desde el comienzo de la pandemia, ya que alcanzó los 1.011 decesos tras producirse 19 muertes en las últimas 24 horas, informaron fuentes oficiales. El Ministerio de Salud indicó en su reporte vespertino diario que, durante la jornada, se registraron 1.581 nuevos casos de COVID-19 en el país austral y por tanto los contagios totales alcanzaron los 42.785. EFE/Juan Ignacio Roncoroni
Alberto Adrianzén. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.