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Carroña humana

“Las mafias obran con un descaro creciente, intentando destruir lo poco que nos queda de organización republicana. De esa carroña debemos deshacernos...”.

La celebridad de la frase “¿en qué momento se había jodido el Perú”?”, el más conocido pluscuamperfecto de la literatura peruana, ha opacado otras frases icónicas de Mario Vargas Llosa. Una de mis predilectas, de la cual el propio escritor ha emitido diversas variantes, afirma que el novelista es un buitre que se alimenta de la carroña social. Así, por ejemplo, en Historia secreta de una novela (1971), sobre La Casa Verde: “Por ese tiempo empecé a descubrir esta áspera verdad: la materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de carroña”.

Es tentador imaginar a Vargas Llosa, Ribeyro y Bryce –a quienes Guillermo Niño de Guzmán denomina la santísima trinidad de la literatura peruana– como tres gallinazos sin plumas, alimentándose en uno de tantos basurales blanquirrojos. Es indudable que nuestra sociedad es pródiga en la emisión de estos desechos humanos. También que esta época dista de ser la excepción a esa regla histórica.

Los psicoanalistas, salvando las distancias, nos parecemos a los escritores –o deberíamos hacerlo– en esa capacidad de digestión de lo más sórdido de la producción psíquica y social. Cuando observamos lo que sucede en el Congreso estos días, podemos estar tranquilos respecto de nuestras perspectivas alimenticias. Lo mismo puede decirse de la oferta de candidatos presidenciales, en donde “Ninguno” lleva de lejos la delantera.

Esta urgencia adaptativa no es privativa de escritores y psicoanalistas: todo peruano requiere desarrollar sistemas de reciclaje que le permitan sobrevivir en un entorno contaminado hasta el tuétano por la metástasis de corrupción, falsedad y mediocridad. Decir reciclaje implica la capacidad de transformar la basura en productos de utilidad social, asideros para la cordura, creación de belleza. Lo que Freud denominaba, recurriendo a una metáfora química, sublimación.

Esta tarea exige una fortaleza y una resiliencia excepcionales, visto el páramo apocalíptico de nuestra condición social y política. Las mafias obran con un descaro creciente, intentando destruir lo poco que nos queda de organización republicana. De esa carroña debemos deshacernos. Pero no podremos evitar tragarla, procesarla y regurgitarla. Ese acto traumático es la prueba que nos propone el destino, a pocos meses del bicentenario.

La República

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