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Un presidente de solo ocho meses y medio

Sagasti raya la cancha de los límites de su presidencia.

Lo relevante de la entrevista al presidente Francisco Sagasti del domingo es que planteó, con el realismo que impone un plazo tan breve, los límites de su gobierno, rayando la cancha de los próximos ocho meses con una agenda breve de la que no debería moverse.

Dicha agenda debiera concentrarse en cerrar la pandemia; recuperar la economía; ayudar a la autoridad electoral a realizar una elección transparente; organizar una transferencia eficiente al gobierno elegido; y nada más.

Es una agenda corta pero compleja. Cerrar el covid-19, por ejemplo, implica evitar un rebrote; organizar la llegada y aplicación de la vacuna; y volver a la ‘normalidad’ sin perder lo aprendido en la virtualidad de la pandemia, como el reinicio de la educación con la vuelta a clases, entre muchos otros rubros.

Reactivar la economía implica recuperar empleo e inversión, y detener a las hordas que atentan contra ello, desde el congreso, pero no solo ahí, con la promoción de barbaridades como la devolución de los aportes a la ONP, lo que significa más de S/ 15,000 millones.

Y una elección transparente significa no solo el proceso electoral, sino contribuir a un debate ordenado que no ceda, por ejemplo, a las pretensiones extremistas de quienes quieren aprovechar el momento para armar un debate de cambio de la constitución que hoy no conduce a nada. Han hecho bien el presidente y el premier en bajarle la llanta a esos entusiasmos extraviados.

Para alguien como el presidente Sagasti, que ha dedicado muchos años de su vida a identificar problemas del Perú y plantear políticas públicas para resolverlos, puede ser frustrante llegar a la presidencia de la república sin el tiempo suficiente para poner en práctica su Agenda Perú, pero eso es lo que le tocó y hace bien en reconocerlo: “Ahora tenemos ocho meses y tenemos que poner en práctica las ideas más urgentes”.

Y agregó que un tema crucial es “devolver al país la confianza en sus gobernantes”. Eso es un acierto pues la confianza en la democracia no para de caer, de 62.5% en 2008 a 49.3% en 2019, con el Perú en la cola de la región.

Si el presidente Sagasti concreta con éxito su agenda corta, pero imprescindible, le habrá hecho un gran favor a la crucial recuperación de la confianza en la democracia y en sus gobernantes.

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