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El eslabón perdido entre dos plazas

La alucinación de Manuel Merino no tiene frenos.

Es una lástima que la ambición alucinada de Manuel Merino de Lama de querer ser presidente de la república lo convierta en uno de los más patéticos presidentes del congreso que se recuerde, a pesar de que la competencia en ese terreno es enorme.

Lo acaba de confirmar con el nuevo intento de vacancia del congreso del presidente Martín Vizcarra, la segunda en un mes, en un caso en el que es obvio que hay hechos que deben ser investigados con rigor por el ministerio público y juzgados por el poder judicial.

Pero que no debe ser aprovechado como instrumento para el golpismo que se evidencia en el comportamiento de Merino, quien no alcanza a darse cuenta de que no hay condiciones para que él se convierta en un nuevo Valentín Paniagua, pues la situación política de ahora no es la de inicios de siglo.

Primero, porque es evidente que Merino no tiene las condiciones de Paniagua. Segundo, porque lo peor que le puede pasar hoy a los ciudadanos es un cambio de administración para que el congreso capture palacio de gobierno a solo seis meses de una elección general ya convocada, con la evidencia de un presidente como Vizcarra que no se quiere perpetuar en el poder, sino irse, y en medio de una pandemia terrible.

El interés del congreso es tomar el poder ejecutivo con el mismo objetivo del mes pasado: luego de vacar al presidente, liberar a Antauro Humala y postergar las elecciones para que todos ellos se queden hasta fines de 2021, abriendo la posibilidad de permanecer por el senado (aunque la bicameralidad sería positiva para la institucionalidad política, al igual que reestablecer la posibilidad de reelección en el congreso).

Merino no cesa de explicar lo que ocurre en base a algo que él llama “la hermenéutica parlamentaria”, poniéndose de lado como un simple tramitador de las iniciativas de las bancadas, pero sin ejercer ningún liderazgo –del que carece–, pareciendo un barman que no deja de servirles tragos a una manga de irresponsables a pesar de que ya son incontrolables, y llegando a usar a Antauro Humala y Edgar Alarcón –su ganzúa para salir de la cárcel– como pata de cabra para palanquear el portón de palacio de gobierno, convirtiéndose en el eslabón perdido entre la Plaza Bolívar y la Plaza Mayor de Lima.

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