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Regresiones y contraolas

“RGB discrepó con el movimiento de mujeres y las feministas en torno a los argumentos para aprobar la norma que legalizó el aborto...”.

El progreso no es inexorable como pensaron los burgueses del siglo XIX e incluso burguesófobos como Karl Marx. Es más, si nos convence Cornelius Castoriadis, la inclinación de nuestra especie es hacia la destrucción y el impulso vital, la creatividad que es la cultura, es siempre cuesta arriba, es tenaz e ilusa elaboración contra la indefectible muerte. Por eso nos cuesta tanto el cambio, “retrocedemos”, repetimos consciente e inconscientemente lo inconveniente, dejamos que las cosas se queden tal cual, por más daño que nos hagan.

Ya no está físicamente con nosotras la jueza Ruth Bader Ginsburg (1933-2020). Desde que fue nombrada por Bill Clinton en 1993 y confirmada por el Senado, con 96 votos a favor y 3 en contra, como integrante de la Corte Suprema de los Estados Unidos, destacó por oponerse a la pena de muerte, a la discriminación de género y racial y por estar a favor de los derechos de la población LGBTI.

Fue la segunda mujer en ocupar ese lugar, y se sintió mucho mejor cuando Barack Obama nombró a dos mujeres más como juezas en el más alto tribunal de justicia: Sonia Sotomayor (2009) y Elena Kagan (2010). Sobrecoge el duelo y la solemnidad de los rituales al despedirla, y sobre todo la manera en que contrastan con la ansiosa decisión que Trump (incluso contra la opinión de algunos importantes republicanos y muchos otros acerca de lo inapropiado de nombrar a quien la reemplace a escasas semanas de las elecciones presidenciales) ha tomado; ha nombrado a la ultra conservadora Amy Coney Barrett, antípoda de Ginsburg en términos políticos y personales.

RBG discrepó con el movimiento de mujeres y las feministas en torno a los argumentos esgrimidos para aprobar la norma que legalizó el aborto en 1973 en los Estados Unidos. Sostuvo que los criterios usados, básicamente el derecho a la privacidad, si bien podían conseguir como lo hicieron la libertad de las mujeres para interrumpir el embarazo, dejaban jurídicamente un flanco peligrosamente vulnerable. Es bueno no olvidar que las discrepancias en el movimiento feminista pueden fortalecer y no destruir. Ginsburg iba más allá pensando en el largo plazo. Y allí estamos.

No hay vuelta que darle al incondicional apoyo con el que cuenta Trump de los grupos más retrógrados que forman un espectro tenebroso. Con Amy Coney Barrett estamos en el umbral de una contraola que amenaza en ese país la libertad de las mujeres, y con ello las conquistas democráticas. Seguro la ley estaría más protegida de haber seguido la ruta planteada por RBG. Una vez más las feministas nos movilizaremos, discutiremos en nuestros colectivos y en público nuestros derechos. En esto sin duda revisaremos planteamientos sobre la libertad de conciencia y encontraremos nuevas razones para seguir apostando por un aborto que deje de ser clandestino en el Perú, es decir, libre y gratuito.

La República

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