¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?

El Bicentenario de los jóvenes

”Los jóvenes nos confrontan con una demanda enérgica de cambio. Si la desoímos, estamos perdidos”.

Acaso los jóvenes no lo piensen, pero el Bicentenario del próximo año es, sobre todo, de ellos. La idea misma de conmemorar doscientos años tiene algo de telarañas y nostalgia, vetustez y melancolía que no los hace sentir concernidos. A esto se suma, claro está, esa insidiosa sensación de fracaso como República que desalienta la idea misma de la celebración y la fiesta. Si añadimos el contexto de la devastadora pandemia en la que estamos inmersos, el tono tiene todos los predictores del desastre.

Sin embargo, en las encuestas efectuadas por el Proyecto Especial Bicentenario de la PCM, los resultados permiten matizar estas conclusiones deprimentes, imbuidas de prejuicios. Sin negar varios de los puntos del primer párrafo, los jóvenes de entre 20 y 25 años de edad, en Lima, Trujillo y Arequipa, piensan en su mayoría que el próximo año estaremos mejor.

No por arte de magia, es necesario precisarlo. Para lograr ese “mejor” es preciso remover, o por lo menos cambiar algunos obstáculos omnipresentes en nuestra sociedad. A nadie sorprenderá que el principal de estos sea la corrupción. El 71% de los encuestados considera que es el principal problema de los últimos cincuenta años. En consecuencia, la honestidad es el valor más reclamado.

Es interesante que estos jóvenes sienten que solo ellos -individualmente- practican ese valor. La inmensa mayoría piensa que los demás peruanos no practican NINGÚN valor. Esto tiene una explicación interesante, la que me fue comunicada por Gabriela Perona, directora ejecutiva del equipo del Proyecto: los jóvenes perciben que los valores aprendidos -por lo menos de la boca para afuera- en la casa y la escuela son inservibles en la realidad. De hecho, son un estorbo en la medida que casi nadie los practica. ¿Cómo ser honesto cuando nadie lo es? Esta discrepancia es profundamente desalentadora y fomenta la sempiterna cultura de la viveza. Pero esta cultura -y esto no se enfatiza lo suficiente- fomenta la infelicidad y corroe la autoestima. La ley del más fuerte, el sálvese quien pueda, son mandatos injustos, feroces y tristes.

Paradójicamente, la crisis multidimensional desatada por la pandemia ha generado una potente expectativa de mejora. Los jóvenes nos confrontan con una demanda enérgica de cambio. Si la desoímos, estamos perdidos. Si la escuchamos y actuamos con ellos, hay esperanza.

La República

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