Ciudad inhóspita

En agosto del 2018 la pequeña Xohana de dos años cayó en un pozo sin tapa ni señales. Ella y su familia habían llegado hasta la Plaza de Armas de Cerro Azul para ver las celebraciones por el aniversario del distrito. Buscaban distracción, pero encontraron la muerte. En febrero de ese mismo año un niño de 8 años fue al parque Quiñones de Chorrillos para jugar fútbol con sus amigos. El pesado arco le cayó encima y lo mató.

En 2013, Jason Alexander de 9 años murió al caerle un tobogán en el parque San Pedro de Carabayllo. En los últimos dos años, la Defensoría del Pueblo ha inspeccionado parques, áreas verdes y complejos deportivos en diversas ciudades del país, entre ellas Lima y el Callao. El hallazgo fue el mismo: columpios sin base, juegos deteriorados y oxidados, buzones sin tapa, cables y fierros con puntas expuestas, cercos con alambres de púas, piscinas sin señalización, basura y falta de luz. La conclusión es lógica: estos espacios para el esparcimiento sano y en familia son, en realidad, trampas mortales.

Lo ocurrido con Josué, de solo dos años, en el parque Roma del Cercado de Lima, no es un hecho aislado, es una suma de constantes y antiguas negligencias de autoridades e instituciones que se culpan entre sí y que, pasada la indignación ciudadana, nada hacen. Conociendo el estado de las cosas ¿se les puede llamar a estos trágicos sucesos accidentes? No son fortuitos, son la consecuencia lógica de la desidia y el abandono. Son actos criminales que, en la mayoría de los casos, quedan impunes.

El Perú es una suma de ciudades inhóspitas donde los niños mueren dentro de un pozo.