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El sexo y el Japón moderno del siglo XII

“La modernidad no es sinónimo del Occidente burgués”.

Por: María Emma Mannarelli

Sadaijin ha tenido dos hijos, un hombre y una mujer, cada uno más esplendorosamente bello que el otro y parecidísimos. No solo eso. Sus virtudes espirituales e intelectuales deslumbran a las familias cortesanas y los sirvientes de la casa adoran servirlos. Han nacido al mismo tiempo de mujeres distintas, lo que no incomoda a nadie; ambas nobles.

El padre, en grado sumo complacido con este don, sentía asegurado su lugar entre la alta aristocracia del Japón del siglo XII, cuando esta novela, Torikaebaya monogatari, fue escrita. Pero pronto tuvo que admitir que su hija tenía un genio que en nada respondía a los estándares de su sexo; lo mismo sucedía con Wakagimi, que era tímido, suave y retraído. Aquella, Himegimi, más bien se sentía a sus anchas entre hombres y era diestro/a en todo lo que correspondía a lo masculino.

Las lágrimas de Sadaijin humedecían las mangas de su glamorosa indumentaria, pero aceptó con amor la fuerza de la naturaleza. La vida de los jóvenes, que no se adecuaba a “los modos del mundo”, parecía fluir suavemente. Se encontraban plenamente a gusto con sus entornos e inclinaciones, cuando ella –ahora Kan no Kimi- embarazó a la princesa heredera, de quien era dama de compañía. Mientras, Taisho (originalmente Himegimi) vio –sorprendido- crecer el vientre de su esposa –Shi no Kimi- y dar a luz una hija de Saisho, su amigo de siempre. No hay honras ofendidas ni violencia. La intimidad entre los amigos resulta en el embarazo de Taisho, quién es presionado para ser la mujer que Saisho ha descubierto que es y de la cual está prendado.

El erotismo y la fertilidad se combinan con tal ímpetu que los hermanos “sin paragón”, empujados por angustias personales, pero sobre todo por la preñez de Taisho/ Naishi no Kami –cuyo forzado abandono de su amado hijo no puede superar a lo largo de su vida-, acuerdan revertir su naturaleza trans, con gran ambivalencia y desgarro.

Más que los temores a que en la corte se develara el secreto de los hermanos “del sexo opuesto”, son los sentimientos de los personajes respecto a sí mismos lo que trama la historia. Más que con el orden social, están acongojados con el curso de sus propias emociones, y es esto lo que más cautiva del exquisito relato que indaga el mundo interior y hace en él una historia amorosa. No sabemos quién escribió Si pudiera cambiarlos (Satori, 2018), bien puede haber sido una mujer trans. Pero sí es claro que la modernidad no es sinónimo del Occidente burgués.

La República

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