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La asfixia (II)

“Dios, el ajo y el kión me están salvando”.

Antes de saber que estaba con la COVID-19, tuve el primer ataque de asfixia el sábado 16 de mayo. Llamé a mi amigo el Dr. Jorge Vigo Ramos. Inmediatamente me ordenó hacer una pócima de ajo, kión, limón, cebolla y canela. Que lo inhale y lo tome caliente. Ahí comencé a resucitar.

El domingo me negué ir a emergencia del Rebagliati. Ya había estado trabajando allí en mi libro que escribo sobre la pandemia. Era una suerte de puerta al infierno. El lunes siguiente mi amigo Fernando Astorga me consiguió las gotas Ivermectina y Azitromicina. 24 horas luego pensé que ya estaba curado. Salí a entrevistar al Dr. Ciro Maguiña. Se venía lo peor.

Por la noche me moría. La asfixia en extremo. Es un estado de gracia donde el cuerpo se laxa, flota. No sentía ni manos ni piernas. Llamé y nadie contestaba. Salí por la ventana de mi departamento y grité por una ambulancia. Nadie me ayudó. Hoy incluso que saben que estoy infectado, han circulado una carta entre los vecinos para que me vaya a morirme a otra parte.

Luego ya me vieron otros especialistas. Los doctores Puente, Mendoza del Pino, Espinoza y el mismo Ciro Maguiña. El tratamiento es muy caro. Las tomografías igual. Pero gracias a la colecta de los amigos estoy cubierto.

Hoy en el Perú una persona muere por COVID-19 cada 10 minutos. Yo estaba (estoy) en esa estadística. Dios, el ajo y el kión me están salvando.