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El tigre y el elefante

“Recién en el día 54 se ha entendido que la estrategia requiere identificar e ir a los focos de contagio e ir a los enfermos leves y darles un tratamiento oportuno”.

El virus es un felino. Se camufla ante sus víctimas. Corre veloz y salta sobre ellas dejando enfermedad y muerte. Es ágil y se adapta a todo cuerpo. El Ejecutivo es un elefante. Su fortaleza está en su dimensión. Pero es visible y lento. Caminar al ritmo del tigre le cuesta. Pero, a la larga, puede vencerlo. El tigre no tendrá en donde correr. El elefante seguirá bien parado.

Si algo sabemos del Covid-19 es que todavía no sabemos lo suficiente. Esa humilde constatación obliga a una estrategia de ensayo/error en condiciones de extrema velocidad. El error se tolera, al no haber otra salida, si es que se corrige de inmediato. Es un error que se paga con vidas, pero persistir en él se paga con muchas más vidas. Si aislar a las personas muchas horas al día, durante semanas, puede parecer una buena estrategia y no funciona como se esperaba, necesitas respuestas. La velocidad de respuesta es la que acerca al elefante a triunfar sobre el tigre. Un buen pisotón del elefante y adiós tigre.

El gobierno, este viernes, parece haber dado un giro en la estrategia contra el virus. Primero, reconoce el error. En una sociedad que tiene el perverso placer de buscar culpables en lugar de causas y soluciones, enmendar es un mérito. Es evidente que algo no está funcionando y no es el pueblo. La velocidad del contagio baja, pero muy lentamente. Segundo, busca conocer a la sociedad. Si 8 millones de peruanos no tienen agua, ¿cómo se van a lavar las manos varias veces al día? Si un tercio de los hogares urbanos no tienen refrigeradora, ¿cómo van a comprar una vez por semana o quincena? Si 50% de los hogares se han quedado sin ingresos y esos mismos hogares no están bancarizados, ¿por qué los mandas a cobrar un bono a un banco al que le recortas las horas de atención? Lo bueno es que el gobierno ya entendió. Lo malo es que se demoró. Lo tonto es que, en parte, persiste en la medida. No se trata de ampliar un horario en dos horas cuando deberías proveer el máximo posible de horas de atención, justamente para evitar la congestión.

Recién en el día 54 se ha entendido que la estrategia requiere identificar e ir a los focos de contagio e ir a los enfermos leves y darles un tratamiento oportuno, tanto como ampliar la oferta hospitalaria. Focos creados, no por la gente y su necesidad, sino por el gobierno que no entiende la necesidad de su propia gente. Se han dedicado, medios incluidos, a trasladarle la culpa de su enfermedad. Mucha de ella, hasta en los alrededores de Palacio de Gobierno, ya está trabajando fuera de cualquier fase, harta de la amenaza de la punición. ¿Son sucios y malvados? No. Apuestan por la vida, pero una vida con el estómago lleno, que se mueve al margen de los requisitos que el elefante inventa para la formalidad.

Este viernes, por fin, se ha reconocido el enorme sacrificio que ha soportado la población sometida a una de las cuarentenas más rígidas del mundo con un cumplimiento notable según todas las cifras disponibles. ¿Ha salvado vidas? Por supuesto y es necesaria. Sin embargo, ¿hoy es suficiente? No. Medidas complementarias son urgentes. Cuando el tigre va veloz, el elefante necesita correr por delante para que no lo alcance.

Como si faltaran desgracias, a la pandemia y a la recesión, se ha sumado, como tercer jinete del apocalipsis, el Congreso. No solo no ayuda. No solo estorba. Hace mucho daño. Pero no hay tigre o elefante que pueda con ellos. Esos sí son, en lo necio y corrupto, indestructibles e inmutables.