Cuarto microciclo político

Ha concluido la etapa de la voluntad y la épica desarmada de evidencias y soluciones.

En una coyuntura crítica con variables incontrolables, el escenario se compone de ciclos muy cortos que cambian con celeridad. Al primer microciclo (15/30 de marzo) de agenda única, le sucedieron otros dos: el segundo de agenda dual, salud e ingresos (1ª y 2ª semana de abril); y el tercero de una agenda plural con discursos propios que demandaban ser tomados en cuenta por la agenda oficial (el resto de abril).

La recreación del discurso oficial como respuesta fue incompleta. Su punto más alto fue el Bono Universal y el llamado a un diálogo para un nuevo acuerdo político. En cambio, los otros mensajes carecieron de efecto; el Gobierno ha dejado de comunicar eficazmente y sus mensajes se dislocan a la defensiva y con escasa evidencia, como sucede en la ecuación pruebas/ camas/UCI/fallecidos, la crisis de las cárceles, los desplazados internos y la ley de las AFP.

Hemos retrocedido en certidumbre y las acciones lucen con flancos deficitarios. Para ser precisos se tiene crisis y riesgo asociados, de modo que, en esta etapa, los relatos no son solo distintos, sino contrarios. Se acabó la comunicación única, y a tono con la tesis del politólogo argentino Mario Riorda es la sociedad la que le habla más fuerte al poder.

La agenda está en disputa. El progreso del contagio y las crisis humanitarias que trae (penales, desplazados, Lambayeque, Loreto) son una sangría de confianza. Más actores intervienen para permear la nueva agenda: el Gobierno, las FFAA (ver declaraciones del almirante Montoya), el Congreso, los medios ya independizados del relato unitario, la academia en materia de salud y la gran empresa.

No todos tendrán éxito, porque al fin y al cabo es una disputa entre actores oficiales y discursos en blanco y negro que han empezado a pelear por un pedazo de futuro; ese mundo “oficial” está a merced de relatos cruzados y fuertes de una sociedad diversa (párenla ya, no todo es informal), que desafían la emergencia o transforman su naturaleza, visibilizando una agenda donde la pandemia sigue siendo el eje, así como la necesidad de contenerla, pero tiene agregados inevitables. La pandemia tiene apellidos: salario, hambre, AFP, violencia familiar, alquileres, créditos vencidos, pymes quebradas y clases escolares.

Los elementos decisivos de esa nueva agenda asoman en la reciente encuesta del IEP: 51% tiene más miedo al hambre que a contraer la enfermedad; 43% siente más temor a perder el empleo que a la pandemia; el 86 % cree que el costo de derrotarla será excesivamente alto para las familias; y el 90 % teme que la situación se descontrole con muchos muertos, aunque el 85% tiene confianza de que venceremos a la enfermedad.

Lo bueno (trolls abstenerse) sigue siendo la alta aprobación presidencial y del Gobierno, un dato cierto que no debe subestimarse. Ni sobreestimarse. En una coyuntura de crisis más riesgo, la legitimidad está compuesta de varias percepciones: respaldo, demanda, confianza, esperanza e instinto de conservación, es decir un dato más compuesto que de costumbre.

El reto del Gobierno en el cuarto microciclo es recuperar eficacia, volver a ganar aliados y reducir la incertidumbre. No creo que este objetivo pueda ser alcanzado si no se reconstruye la agenda en el marco de la concreción de un diálogo nacional. Ha concluido la etapa de la voluntad y la épica desarmada de evidencias y soluciones. Es la etapa del liderazgo con eficacia y con acuerdos