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Rusia se declara en rebeldía y se autoproclama el centro de poder euroasiático

El Kremlin se cansó de bajar la cerviz cada vez que Occidente le llama la atención, sea por su intervención militar en Ucrania o Siria, o por sus deslices democráticos.

La última gota que colmó el vaso de la paciencia de Rusia ha sido lo ocurrido con el líder opositor Alexéi Navalni, enemigo número uno del Kremlin. Foto: AFP
La última gota que colmó el vaso de la paciencia de Rusia ha sido lo ocurrido con el líder opositor Alexéi Navalni, enemigo número uno del Kremlin. Foto: AFP

Por Ignacio Ortega, corresponsal de EFE

Rusia se ha declarado en rebeldía. No acepta más lecciones de Occidente ni en cuestión de principios democráticos, ni en política exterior. El Kremlin se ha autoproclamado nuevo centro de poder euroasiático y cada vez hay más líneas rojas en su trato con Estados Unidos y la Unión Europea (UE).

“Cualquier intento de Rusia de ser independiente, defender su derecho a una política exterior independiente y defender el Derecho internacional se encuentra una cada vez mayor y feroz resistencia de aquellos colegas occidentales que quieren que seamos obedientes”, dijo este miércoles 10 de febrero el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

El Kremlin se ha cansado de bajar la cerviz cada vez que Occidente le llama la atención, sea por su intervención militar en Ucrania o Siria, o por sus deslices democráticos. Las sanciones internacionales que asolan este país desde la anexión rusa de la península ucraniana de Crimea en 2014 no han hecho más que acentuar su obstinación.

Ya no se trata sólo de dar la espalda a Occidente y orientar su política exterior hacia China, tendencia en marcha desde hace más de una década, sino de lanzar una contraofensiva diplomática contra Washington y Bruselas.

Navalni, la última gota

“Hay más desconfianza ahora entre Rusia y Occidente que en tiempos de Leonid Brézhnev”, el dirigente soviético que lideró la Unión Soviética entre 1964 y 1982″, opina el politólogo Alexéi Makarkin.

La última gota que colmó el vaso de la paciencia de Rusia ha sido lo ocurrido con el líder opositor Alexéi Navalni, enemigo número uno del Kremlin, al que el Servicio Federal de Seguridad (FSB, antigua KGB), según el opositor, envenenó con el agente químico Novichok.

La reacción rusa a la unánime condena occidental marca la pauta del comportamiento del Kremlin en los últimos tiempos. No sólo no admitió su culpabilidad, sino que le acusó de trabajar para la CIA y, seguidamente, le impuso una pena de cárcel.

“Tanto para los dirigentes rusos como para las élites, Navalni es un agente occidental”, agregó a Efe Makarkin.

Aunque muchos manifestantes que participaron en las protestas de las últimas semanas salieron a la calle no sólo por Navalni, sino también contra la corrupción en las altas esferas del poder, Moscú acusa a Occidente de instigar el descontento social.

“Navalni es un asunto interno. No es un tema político, sino jurídico. La politización de este asunto únicamente empeorará las relaciones”, comentó Andréi Gromiko, director del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia.

El nieto del legendario ministro de Exteriores soviético advierte que “ni presión exterior ni crítica alguna llevarán a Moscú a cumplir exigencias al respecto, venga de la UE o de EE. UU.”.

Borrell, una víctima colateral

“Este no es el mejor momento para venir a Rusia de visita”, apuntó Makarkin sobre el viaje a Moscú del alto representante para Política Exterior de la UE, Josep Borrell.

El también vicepresidente de la Comisión Europea (CE) desafió los malos augurios y se presentó el pasado viernes en la capital rusa para tratar de descongelar el diálogo y poner firme a Moscú por la condena de Navalni y la violenta represión de las protestas.

Lo que no se esperaba es que Lavrov no sólo desoyera sus argumentos, sino que le respondiera —tanto a puerta cerrada como en una rueda de prensa que se convirtió en una encerrona—, con ataques a la situación política y de derechos humanos en Occidente.

“Sin ánimo de ofender”, dijo Lavrov a su colega europeo, al que ya había enviado un vídeo con imágenes de la “represión” occidental de manifestaciones pacíficas, antes de comparar el caso de Navalni con el de los independentistas catalanes presos.

La expulsión de tres diplomáticos europeos en pleno almuerzo entre Lavrov y Borrell demostró las claras las intenciones de la diplomacia rusa. Deshielo, sí; diálogo, no.

Con respecto a los Veintisiete, Moscú ha apostado por una política de ‘divide y vencerás’. Al tiempo que niega estar a favor de la desestabilización del bloque, prefiere entablar relaciones con cada país por separado.

“No hay una agenda positiva entre Rusia y la UE. Todos los temas son incómodos, desde Navalni a Ucrania”, dijo Makarkin.

EE. UU., desarme y más

Lo mismo ocurre con EE. UU., país con el que los últimos cuatro años han sido de un diálogo de sordos. En el único hito reciente, los presidentes Vladímir Putin y Joe Biden salvaron in extremis el último tratado de desarme nuclear entre ambas potencias, el Nuevo START.

“Fue un paso muy importante, pero no es el fin del diálogo estratégico. Aún deben hablar de armamento hipersónico, defensa antimisiles, etc. Biden vino a Moscú en 1988 a abordar con mi abuelo la ratificación del tratado de eliminación de misiles de pequeño y medio alcance (INF). Tiene una gran experiencia en ese terreno”, dijo Gromiko.

Precisamente, Lavrov apeló a “la sabiduría” de predecesores como “Míster net” (Gromiko) para la defensa de los “intereses nacionales” y “hacer avanzar el curso marcado por el presidente Putin”.

Rusia admite abiertamente su “decepción” con Occidente. Todo empezó con el bombardeo de Yugoslavia, prosiguió con la ampliación de la OTAN y el derrocamiento de Sadam Husein en Irak y Muammar al Gadafi en Libia, y después con Ucrania y Siria.

“Estamos en medio de una deriva aislacionista, pero Rusia nunca será la URSS, tanto por motivos ideológicos, como económicos o militares”, explica Makarkin.

Finalmente, considera que la “revancha imperial” en Rusia es evidente, pero matiza que, con aliados como los líderes de Siria, Bielorrusia y Venezuela, será difícil hacer realidad los nuevos delirios de grandeza del Kremlin.

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