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“Chile se cansó”

“Momento, pues, de enormes retos para democracias que se muestran como precarias”.

García Sayán
García Sayán

Chile se cansó”. Oído en una cadena radial desde Santiago. Resume el desembalse, con saldos lamentables de muertos, detenidos, violencia y confrontación en un país que hasta la semana pasada era, para algunos, un “oasis” regional. En tensión que continúa con la paralización sindical impulsada por la CUT desde ayer.

Se ha repetido con razón que en la base de esta explosión está la insatisfacción embalsada por la desigualdad sobre asuntos fundamentales como el acceso a la educación, a la salud pública o el cuestionado sistema de pensiones (las AFP’s).

Llama todo esto a un análisis serio y que deje de lado explicaciones simplistas –y erradas– remitiéndose a superpoderosos y omnipresentes “agitadores chavistas y cubanos”. Importante la autocrítica y la agenda social planteada el martes por el presidente Piñera, pero eso no basta.

Acaso la agenda no necesariamente responde al amplio espectro de asuntos que generaron protestas tan extendidas y violentas. En las que, por cierto, no se justifica el vandalismo y la destrucción de bienes públicos que los grupos políticos sumados a la protesta no logran impedir o encauzar. Y que la autoridad –distante de la gente– recién empieza a entender.

Hay dos factores que constituyen el sustrato de esta y de otras explosiones sociales ocurridas o por venir en Chile y la región.

En primer lugar, la indiferencia y desafección de la gente con el sistema político e institucional. Un dato que expresa la indiferencia extendida es el altísimo ausentismo electoral en el país (53,35%). El telón de fondo es la confianza interpersonal en la región: la más baja del planeta.

La mayoría no cree en las instituciones públicas y desconfía de ellas: la confianza en que se mueven los partidos, el congreso y el poder judicial –las instituciones de la democracia– en los últimos 20 años no supera a 4 de cada 10 latinoamericanos. Bajísima legitimidad institucional que se va acumulando y generando un proceso social en el que alguna chispa hace que, de pronto, la gente salte de la indiferencia a la indignación y a la protesta.

Segundo, una clase media que creció en la región vigorosamente durante la “década expansiva” (2002-2012): crecimiento económico del 80%, reducción de la pobreza en 30% y crecimiento de la clase media en otro 30%. Pero que no es, per se, “factor de estabilidad”.

Fukuyama ha destacado que una clase media con expectativas frustradas –o amenazada con dejar de serlo– ha sido históricamente un gran factor de inestabilidad política y social. Tiene más información, tiempo y recursos para la protesta que los sectores más pobres. Y en eso está Chile ahora.

Momento, pues, de enormes retos para democracias que se muestran como precarias. Que claman por una autoridad incluyente y un sistema institucional que, más allá de la democracia representativa, establezca mecanismos de diálogo y participación con la gente hoy inexistentes.

La “participación permanente, ética y responsable de la ciudadanía” (art. 2), establecida en la Carta Democrática Interamericana, es un concepto a tener en cuenta para una bisagra a construir.

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