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El Metro o la vida

Los sucesos en Chile y el reclamo de un diálogo para el cambio, ahora.

EDITORIAL
EDITORIAL

Las protestas en Santiago (Chile) contra el alza de los pasajes en el Metro, el sistema de transporte popular masivo de la capital chilena, se han transformado en un virtual levantamiento social cuyos medios y efectos van más allá del alza de pasajes, situándose en un claro desafío de la sociedad al Estado, y de los ciudadanos a la política.

La crisis tiene dos partes que los analistas locales han empezado a diferenciar; una, el pésimo manejo de las protestas por el Gobierno de Sebastián Piñera, con su falta de previsión, la brutalidad de los carabineros frente a los escolares en las calles y la entrega de la seguridad de la ciudad a los militares, cuyo último episodio es la declaratoria de toque de queda. Todo ello tiene la reminiscencia histórica de la recurrencia a los militares como remedio y reemplazo a la falta de diálogo entre los civiles y el agotamiento de los programas.

El llamado al diálogo y la anulación del alza de pasajes fue tardía. Los costos de la jornada violenta del pasado viernes es alto y dejará cicatrices. Es cierto que hubo vandalismo y un desborde caótico de los manifestantes. No obstante, 41 estaciones de metro incendiadas, incendios de autobuses, coches, bancos, saqueos de tiendas, 300 detenidos y más de un centenar de heridos entre policías y marchantes no puede se explicado solo desde la agitación y menos desde la conspiración.

Este saldo toca a la segunda parte de esta crisis, que expresa un agotamiento de varias regularidades chilenas defendidas oficialmente dentro de Chile y mostrada hace poco por su presidente, que le decía al mundo que su país era un oasis, en referencia a las crisis de otros países de la región.

No solo no existe el oasis sino que desde hace varios años diversos hechos puntuales y fenómenos demostraron que la elite chilena no se daba por notificada del malestar social de ese país, e insistieron en jugar con las reglas de un modelo cuyas costuras políticas y económicas enseñaron las protestas de los años 2010-2014. En un momento creyeron que los reclamos de cambio solo se referían al aspecto institucional, por lo que dieron paso a algunos cambios políticos pactados en el gobierno anterior. Del horizonte de cambio dejaron fuera los bajos salarios, los altos precios de los servicios, varios de ellos ultraprivatizados y sin control, especialmente en salud y educación, y la lacerante realidad de la jubilación. Lo que arde en las calles de Santiago es un estado de cosas que la política, el diálogo y la democracia deben poner sobre la mesa.