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Domingo

Cuidado con la “diplomacia de los pueblos”

Como presunto analista, sé que un país puede tener malas relaciones con algún país antípoda -o ni siquiera tenerlas-, sin que se note mucho. Distinto es el caso con un país de las cercanías. Baste pensar que ser vecino o paravecino de Venezuela hoy significa tratar de absorber millones de venezolanos, que escapan del país, sin razonable explicación de su gobernante.

Por cierto, el tema debe atenderse humanitariamente, en la máxima medida de lo posible. Pero, asumámoslo, lo que se caratula eufemísticamente como “inmigración”, teóricamente administrable por la onusiana ACNUR, es muy otra cosa. Es una invasión de facto, por víctimas sin armas, que afecta la estructura socioeconómica de los países receptores y puede catalizar situaciones ingratas entre los mismos, con la excusa de la “diplomacia de los pueblos”.

Por eso, si tuviéramos una masa crítica de líderes políticos serios y responsables, nadie osaría justificar a Nicolás Maduro. En paralelo, estaríamos revisitando los temas controversiales de la geopolítica andina y, en especial, el de la creación de Bolivia, en 1825, por decisión del libertador venezolano Simón Bolívar.

Diplomacia de los pueblos

Diplomacia de los pueblos

La realidad y el derecho

Dado que la nueva república tuvo como plataforma geográfica el Alto Perú, su nacimiento acarreó un conflicto territorial con todos los países de su entorno y uno muy específico con el Perú. Motivo: Arica, de cuyo puerto disponían los altoperuanos, siguió bajo soberanía peruana. Luego, cuando el tratado chileno-peruano de 1929 asignó Arica a Chile, este país se convirtió en interpelado subrogante de la aspiración ariqueña de los bolivianos.

Fruto de esa situación y por más de un siglo, cada vez que Bolivia trató de obtener una salida al mar por Arica, se produjo una tensión por carambola entre Chile y el Perú. Así hasta 2018, cuando un rotundo fallo de la Corte de La Haya rechazó la pretensión boliviana y muchos abogados chilenos creyeron, alborozados, que el problema quedaba totalmente resuelto. “Triunfo total del Derecho”, proclamaron.

El desencanto vino por boca del actual Presidente boliviano Luis Arce. El 23 de marzo, Día del mar, invocó una política marítima enmarcada en la misma “diplomacia de los pueblos”, que antes levantara Evo Morales. Luego, en la reciente Asamblea General de la ONU, dijo que “el Estado Plurinacional de Bolivia reivindica su derecho a obtener una salida libre, soberana y útil al Océano”. Al parecer, el fallo de los jueces de La Haya había sido una simple y descartable opinión.

Entonces hice link en antiguos diálogos sobre el tema con mi sabio amigo peruano Juan Miguel Bákula. El reconocía que la aspiración boliviana, con Arica como objetivo expreso o tácito, había complicado la buena relación entre Chile y el Perú. Textualmente, había malogrado “la opción de paz” contenida en el tratado de 1929. Por otra parte, pese a que él sería gran actor en la demanda peruana contra Chile, desconfiaba de la judicialización de las controversias limítrofes. A su juicio, solían dejar colgajos que permitían renovar los conflictos y así lo dijo en su tratado de 2002 Perú, entre la realidad y la utopía: “Una confrontación litigiosa (...) bajo el privilegio de estrictos dogmas jurídicos, con frecuencia de elaboración doméstica, ha sido la vía más segura para desembocar en un conflicto interminable”.

Diplomacia revolucionaria

Cabe agregar que la “diplomacia de los pueblos” tiene genes mussolinianos y fue levantada en los años 50 por Juan Domingo Perón, para afirmar su proyecto del ABC, con Argentina, Brasil y Chile como “países reserva del mundo”. En esa línea, el carismático líder llamaba a prescindir de las cancillerías “inoperantes e intrascendentes”, para apoyarse en “los pueblos, que son los permanentes”.

Contra ese tipo de retórica, la realidad enseña que nunca está claro que se quiere decir cuando se dice “pueblo” y que prescindir de las formas de la diplomacia es prescindir de la diplomacia misma. Ergo, levantar el estandarte de la diplomacia popular equivale a justificar la intervención en las políticas internas de otros países, induciendo mayorías ocasionales o minorías coherentes que ignoren el derecho, subestimen la negociación y, eventualmente, produzcan hechos beligerantes.

Contra eso, la buena noticia viene de la Alianza del Pacífico, que uniera a Chile y el Perú (más Colombia y México) en momentos difíciles de su relación. Su éxito, como factor de desarrollo compartido, ayudó a que sobreviviera al test de la demanda peruana contra Chile por la frontera marítima. Se dio entonces el compromiso de acatar el fallo, con base en la diplomacia de “cuerdas separadas”. Un precedente notable.

Sin embargo, la noticia mala es que la diplomacia de los pueblos está reapareciendo justo cuando estamos inmersos en un enjambre de crisis. Además de la invasión demográfica, contiene pandemia, estallidos sociales, políticos sin liderazgo, cuestionamiento del republicanismo y hasta la impugnación del Estado nación unitario. A mayor abundamiento Colombia también está bajo acoso y el gobierno mexicano no da señales de querer defender la democracia regional.

En un momento crítico de la historia europea, con trasfondo revolucionario, el ícono de la diplomacia francesa, Charles Maurice de Talleyrand, dijo algo que debiéramos tener en cuenta: “aún el derecho más legítimo puede ser discutible”.

Es como para preocuparse un poco y dejar de lado las “peleas chicas” ¿no es verdad?

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