Cultural

Adiós a Ernesto

Las batallas de Cardenal desde la palabra y la fe.

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La figura del poeta Ernesto Cardenal (Nicaragua 1925-2020), recientemente fallecido, excede largamente las letras, aunque naciera de ellas y con ellas se hiciera espaciosa. Sergio Ramírez, otro célebre escritor nicaragüense, un entrañable amigo suyo, ha dicho de él que era un escritor que practicaba una lírica terrenal y cotidiana, que en sus trabajos es notable su comunicación mística con la divinidad y que su poesía exploraba los cielos. El escritor Mirko Lauer ha dicho en un reciente artículo en este diario que su poesía combinaba “un lenguaje moderno cargado a la ironía y el humor, una aproximación popular tomada del discurso religioso”.

La imagen de Cardenal puede ser asociada a la de un soldado de varias batallas paralelas y sucesivas desde la palabra y la fe. Cuando fue ordenado sacerdote en los años sesenta ya había participado por lo menos en una revolución, la Revolución de Abril de 1954, y publicado una intensa poesía en donde habitaban los llamados a la ternura a medio camino entre el amor y la lucha. Ya sacerdote completó la relación entre oración y la contemplación con la creación de la Comunidad de Solentiname para unir el arte y la fe, sin dejar de participar en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle desde la opción que impulsaba la Teología de la Liberación.

Fue natural que al triunfo de la Revolución Sandinista en 1979 fuese designado ministro de Cultura y que desde esa posición impulsara la libertad como una forma de recreación de la cultura, de la mano de escritores, músicos y activistas del arte. Por la misma razón tropezó tempranamente con las presiones de la línea burocrática que impulsaba Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega. Renunció en 1994 al Frente Sandinista y desde entonces fue un firme crítico de la dupla que ahora martiriza Nicaragua. Continuó escribiendo, orando y opinando. No es casual que las turbas orteguistas irrumpieran en su funeral en la Catedral de Managua para hostilizar la ceremonia y a sus amigos.

Sus memorias, La revolución perdida, son un poderoso texto de recusación del extravío de la gesta sandinista. Sus batallas con el verso y la oración lo trajeron al Perú en los últimos años en dos ocasiones, 2005 y 2007, en ambas oportunidades a Iquitos donde se declaró poeta de la Amazonía. Hace poco más de un año recibió con gozo la decisión del papa Francisco de restablecerle su condición sacerdotal revirtiendo la suspensión ad divinis que le impusiera Juan Pablo II en 1985. Ahora se ha ido en paz con su conciencia y su poesía.