Crónica de una caminata que une a las dos ciudadelas más fastuosas de los incas: Choquequirao y Machu Picchu. Un gran esfuerzo que es recompensado con creces no solo por los monumentos históricos, sino por los paisajes de sobrecogedora belleza que se observan en la ruta.,Anthony Velarde / Revista Rumbos Era mediodía de sol intenso en Cachora, pueblito apurimeño a 2 900 metros sobre el nivel del mar, cuando de pronto el arriero que contratamos detuvo las mulas a un lado del camino para pedirnos una cerveza. Creímos que era una especie de ‘peaje’ a pagar por sus servicios o algo por el estilo, pero no. Contrariados, pero pensando al fin en que todos teníamos derecho a una ‘chelita’ para refrescarnos accedimos al pedido… Y de repente zas y otra vez zas, vimos caer toda la cerveza sobre la tierra con una profunda pena, mientras nuestro arriero profería algunas palabras en quechua. PUEDES VER: Choquesuysuy: el camino de la purificación “Es el pago a la Pachamama, amigos. Si no es imposible seguir, hay que pedir permiso a la madre tierra”, nos decía Saturnino con voz de padre que intenta en vano consolar a sus vástagos. El camino es una prueba de resistencia y voluntad. Foto: Walter Hupiú Entre árboles y cóndores La travesía se inició rumbo al norte en la parte baja de Cachora, tierra de hermosos pisonay, esos árboles apurimeños descritos alguna vez por José María Arguedas en Los ríos profundos. Bordeamos un cerro que ascendía sin mostrar su pesadez. Todo es silencio, solo se escuchan nuestros pasos y apenas en la lejanía el discurrir del río Apurímac. Nadie puede con el paso de los arrieros, ellos avanzan sin detenerse, están entrenados para estos caminos donde es necesario un corazón andino. Un corazón grande y resistente a la altura. No pasaba lo mismo con mi compañero, el fotógrafo, ni mucho menos conmigo. Cada paso nos recordaba nuestra condición de forasteros, nuestros reflejos urbanos se empecinaban en jugarnos una mala pasada, pero debíamos seguir. Juego de luces y sombras en la ruta a Choquequirao. Foto: Walter Hupiú El camino está rodeado por vegetación típica de sierra y sigue así hasta llegar al abra de Kapuliyoq, a 2 955 m.s.n.m.. Es un excelente mirador, incluso afinando la vista ya se aprecian las líneas de Choquequirao. Es entonces que el camino desciende casi en espiral entre árboles cuajados de musgo y líquenes, bellas bromelias, y un cóndor cortando el aire cada vez más tibio. La fuerza se nos fue a borbotones en esa bajada que parecía no tener fin hasta que vimos los girasoles y los cultivos de pan llevar de Chiquisqa. Lugar donde pasamos la primera noche al igual que los otros viajeros, y las dos lindas francesas que acabamos de conocer. Con ese dejo tan romántico una de ellas nos dice que han preferido esta ruta alternativa para Machu Picchu antes que tomar el tren de Cusco. Al filo del abismo. Foto: Walter Hupiú Río hablador Al día siguiente nos levantamos muy temprano para seguir andando. Estábamos motivados y más felices que nunca, sentíamos dentro de nosotros esa fuerza inacabable de los chasquis andariegos para correr velozmente por cualquier lugar. Al parecer, ese pago inicial a la Pachamama estaba dando sus resultados. Pero de pronto volvimos a perder el aliento: las francesas ya no estaban. “Seguro se fueron con el grupo que salió hace unas horas”, nos dijo un lugareño. “Así se van de madrugada, pues”. Ese breve silencio nos decía todo: nos ‘madrugaron’. Solo nos quedaba de consuelo el canto de las aves. El tucán, el tiqsi y la tulla. Pero las ansias y las ganas seguían intactas pues era el día en que conoceríamos Choquequirao. Continuamos descendiendo hacia Playa Rosalina, a 1 600 metros de altura, con dirección al río Apurímac, el 'Río Hablador', el río de Arguedas. Sabíamos que teníamos una larga jornada, puesto que Choquequirao está sobre los 3 050 metros. En Rosalina cruzamos por un puente colgante, donde empezaría esa subida interminable. Nos esperaba un camino en zigzag como si hubiese sido trazado por una inmensa culebra. Pasamos por Santa Rosa, otro caserío apto para acampar, donde se puede saborear un poco de aguardiente en una destilería artesanal. Las piernas nos temblaban, pero ya estábamos cerca en esa zona boscosa a punto de llegar al campamento de Marampata, donde yacían cuerpos regados en busca de tregua con la naturaleza. Luego de cuatro horas de subida, nos merecíamos un largo descanso antes de desplegar nuestros pies rumbo a Choquequirao. La impactante arquitectura de Choquequirao. Foto: Walter Hupiú Al fin, Choquequirao Cuando por fin pisamos Choquequirao tuvimos la certeza de que era mucho más que un complejo arqueológico enclavado en la abrupta ceja de montaña. Estábamos en un sitio realmente mágico. Tal vez más asombrados que Hiram Bingham, en 1909, al divisar esos magníficos andenes que bajan en cascada y se pierden en el bosque (más del 60 por ciento de Choquequirao está cubierto por la vegetación). Más que buscar una respuesta, empezamos a experimentar esa sensación que motivó a los incas a construir ciudadelas tan perfectas en rincones insospechados. Subimos a la plaza principal y recorrimos cada espacio permitido como el Ushnu o templo ceremonial, desde donde se tiene un mejor panorama y se alcanza la certidumbre de la magia que recorre estas montañas, resguardadas por los nevados Ampay y Pumasillo. A la mañana siguiente nos enrumbamos al famoso sector VIII, denominado Las llamas de Choquequirao, donde se aprecian auquénidos grabados sobre la piedra de los andenes. Son 138 terrazas donde se han encontrado 28 figuras que corresponden a diseños antropormorfos, zoomorfos y geométricos. Contemplando la obra de la naturaleza y la obra humana. Foto: Walter Hupiú Por siglos Choquequirao permaneció oculta en la región de Vilcabamba. Este asentamiento fue construido en los últimos años del Tahuantinsuyo y durante la Colonia fue ocupado por los rebeldes liderados por Túpac Amaru I. Dejamos Choquequirao, pero no pudimos dejar de voltear innumerables veces, porque es un lugar infinitamente hermoso. El viaje continuó con el eterno 'sube y baja'. A diferencia de los bosques que rodean Choquequirao, el paisaje se tornó árido, quieto y apenas poblado del tarwi andino, la chillka y la paja brava. Al fondo de la quebrada, puede verse el Yuraqmayu (Río Blanco). Al llegar, nos dimos un baño mientras el sol ardía sin piedad. Al otro lado del río trepamos a un cerro con todas las características de un bosque de nubes con coloridos gallitos de las rocas y curiosos tucanes volando de un lado a otro. Descansamos en Maizal, donde la luna regaló unos efectos adormecedores. Una espesa y húmeda neblina nos obligó a cerrar la carpa y esperar al día siguiente sumidos en un profundo sueño. Las llamas de Choquequirao, una de las maravillas del complejo arqueológico. Foto: Walter Hupiú Maravilla mundial De Maizal partimos temprano y cruzamos el abra de San Juan sobre los 4 100 metros de altura. Aquí no hay mosquitos que molesten, pero sí muchas minas abandonadas; algunas las exploramos ingresando hasta cierta parte. Según algunos pobladores, estas minas fueron propiedad de la familia Romainville, quienes las explotaron hasta la década del ochenta. A las cinco de la tarde llegamos al poblado de Yanama, que lucía varias casas de piedra, una escuela pública, un quiosco, una cancha de fútbol y un milagroso teléfono. Acampamos, cenamos, y conversamos. Nuestra tertulia se extendió hasta la media noche bajo la luz incandescente del lamparín a gas. Por la mañana nos alejamos del pueblo por una explanada de suave pendiente, envueltos por campos de cultivo y bosques de eucaliptos y, horas más tarde, estábamos rodeados de matorrales de ichu, thola y champas de yareta (vegetación característica de la puna). A nuestra izquierda, se perfilaba la cadena del Pumasillo, una hilera de nevados que se levantan sobre los 5 000 de altura. Almorzamos al pie del último paso, el abra de Yanama, a 4 690 metros sobre el nivel del mar, el más alto del recorrido: otro paradero para observar el plácido vuelo de los cóndores. Choquequirao es un lugar que no se olvida. Foto: Walter Hupiú Nada es suficiente, este es un camino de extraordinaria belleza. El Salkantay, el segundo nevado más alto del departamento del Cusco (6 271 m.), está frente a nosotros y nos saluda mostrándonos el camino. A estas alturas, ya nos habíamos olvidado del cansancio y el dolor en nuestros pies: bajamos corriendo para sumergirnos nuevamente en la lujuriosa vegetación. Aparece el caserío de Totora, pero no nos detenemos y seguimos nuestros poseídos pasos durante tres horas más. Por partes desfilábamos sobre un sendero muy estrecho que discurría entre profundos abismos. Luego de muchos vericuetos llegamos a Collpapampa, un pequeño paraje de mucha belleza. Este es, sin duda, el preludio de los grandes bosques amazónicos. Aquí los mosquitos volvieron al ataque. La grandeza arquitectónica justifica el esfuerzo. Foto: Walter Hupiú Nos detuvimos en un inesperado quiosco para aplacar nuestra sed con una cerveza. Muchos niños acuden a nuestro paso para regalarnos frutas a cambio de nada. Sin apenas sentirlo entramos a Playa Sahuayaco, la tierra del café, donde la mayoría de grupos termina su recorrido subiendo a un vehículo que los lleva en 40 minutos hasta Santa Teresa, a un paso de Machu Picchu. Pero nosotros queríamos llegar a esta emblemática ciudadela como antes lo hicieran los incas: por pequeños senderos que van adelgazando entre las montañas. Es cierto, en arquitectura el viejo y querido Machu Picchu tiene mayor prestancia que Choquequirao, pero en lo que respecta a la magnificencia del paisaje, esta última ciudadela gana por algunos puntos. Pero nada de esto nos importaba mientras, paso a paso, cruzábamos un puente inca. Las nubes parecían hervir bajo nuestros pies. El río Urubamba era una vaga serpiente marrón rodeando al esqueleto de esta gran urbe. En Rumbo Cómo llegar: De Cusco a Cachora son tres horas en promedio de viaje. El bus lo dejará en el desvío hacia Cachora, donde deberá abordar un taxi. Si quiere llegar más rápido alquile una movilidad particular. Qué llevar: Se recomienda llevar zapatillas de trekking, bolsa de dormir, casaca para lluvia, ropa para noches heladas, medias gruesas, linterna con baterías extra, harta agua y sencillo en soles. Así como bloqueador, repelente, cámara digital, lentes y sombrero de sol, ropa de baño y bastón de caminar. Tips: El recorrido de Choquequirao a Machu Picchu es exigente por lo que hay que estar bien de salud y en buenas condiciones físicas. Al llegar a la ciudad de Cusco (3400 m.s.n.m.) basta dormir un par de horas, caminar despacio, comer ligero y beber mucho líquido. En el pueblo de Cachora se contrata arrieros. Debes saber que... Fue Juan Arias Díaz quien en 1710 dio las primeras luces sobre Choquequirao, luego vendrían Eugene De Sartiges, Charles Wiener y el mismo Bingham, entre otros. Casi todos hicieron lo mismo: cavar pisos y romper paredes en busca de oro. Después de todo, Choquequirao significa 'cuna de oro'. Algo más... La ubicación estratégica de Choquequirao le permite contar con ecosistemas tan dispares como las nieves eternas, a 6 000 metros de altitud, y los tórridos valles tropicales a poco más de 1 800, en medio de pajonales altoandinos, bosques enanos de altura y la selva alta. 124 kilómetros separan el valle de Apurímac y Choquequirao con el valle Urubamba y Machu Picchu.