EL COSTO DE ESTUDIAR. Decenas de niños de distrito cusqueño caminan varios kilómetros para llegar a la escuela. La organización Amantaní instaló un albergue para aliviar el trajín a sesenta. ,Cusco Cuesta trabajo creer que todavía haya niños que tengan que caminar hasta ocho horas cada día para ir y regresar de su escuela. En los caminos del distrito de Ccorca (Cusco) aún se ve grupos de niños emprendiendo odiseas a pie para llegar a su colegio. La travesía empieza invariablemente a las cinco de la mañana. Los menores usan en algunos casos lo que antes fue el camino inca hacia el Contisuyo. La población escolar en la zona asciende a 600. Odisea hacia el colegio Rodolfo nació hace diez años en la alejada comunidad campesina de Chanka, situada casi en la cumbre de las montañas de Ccorca. Es un día cualquiera del año 2013. Rodolfo ha tenido que hacer una épica travesía a lo largo de 8.2 kilómetros para ir a estudiar. Apenas raya el alba emprende la marcha hasta la escuela de la mano de sus hermanos mayores Luis Fernando (12) y Leoncio (15). Rodolfo tiene el rostro maltratado por el sol calcinante de la sierra durante el día y el frío de la noche. A Chanka se llega en bus en una hora y media desde Ccorca. Pero Rodolfo y Luis Fernando aseguran que usando caminos comunales, incluido el Qhapaq Ñan, el viaje a pie es de tres a cuatro horas. Cualquier estudiante de las comunidades de Ccorca debe hacer extensos recorridos que un niño "normal" de la ciudad jamás podría completar para llegar a la escuela. Éste es el elevado costo que se debe pagar para poder estudiar. Ccorca está a cuarenta minutos de viaje en bus de Cusco, pero a muchos años de distancia en desarrollo y oportunidades. Es el distrito más pobre de la provincia de Cusco; el 65% de sus habitantes vive atrapado en la miseria. Para llegar ahí uno tiene que inevitablemente tragar polvo. Solo hay una trocha carrozable, como vía de comunicación. Pese a estar cerca a la Ciudad Imperial, solo hay transporte público una o dos veces por día. Recién hace una década su población cuenta con servicio de luz eléctrica. Consumen agua entubada, usan silos en lugar de sanitarios, predomina el analfabetismo y hay carencia en atención médica. AMANTANÍ: VIDA EN ARMONÍA Pese a todo este panorama, Rodolfo tiene una mejor vida desde hace un tiempo. Es parte de la familia de la ONG Amantaní (vida en armonía en aimara). La institución trabaja en el auxilio de menores en situación de pobreza hace ocho años. Amantaní ha instalado un albergue en este distrito pobre. El espacio cobija a 60 menores de edad (37 mujeres y 23 varones) de diferentes comunidades. Ellos reciben atención y educación adicional al de la escuela. Se trata de una entidad sin fines de lucro que nació en defensa de los derechos e intereses de las niñas y niños más necesitados de Cusco. Cuenta con cinco casas que cobijan a niños y adolescentes en situación de desprotección familiar, riesgo social por negligencia, incapacidad temporal o permanente de los padres para atenderlos. El albergue está instalado en medio de inmensos árboles de pino y eucalipto, a unos diez minutos del centro de Ccorca. Podría decirse que es un lugar casi paradisiaco. Allí se alimentan y duermen los niños de lunes a viernes. Los sábados y domingos retornan a sus comunidades para estar con su familia. Fred Branson, fundador de Amantaní, ha dicho que solo en 2013, los niños dejaron de caminar 737 horas (promedio anual que camina un estudiante de Ccorca). Un logro gratificante. Los viernes, un poco antes de las dos de la tarde, Rodolfo, Luis Fernando y Leoncio salen del colegio y empiezan la caminata hacia casa. Vuelven los domingos por la tarde, se integran al grupo y al día siguiente asisten puntualmente al colegio. En el albergue reciben talleres de computación, cocina, pintura, decoración y manualidades. Adicionalmente, tienen obligaciones que cumplir, como labores de limpieza, ordenar las habitaciones. Los padres de familia contribuyen con alimentos de pan llevar y faenas para mejorar las condiciones del establecimiento. ENSEÑANZAS DE UN NIÑO Amantaní prioriza la educación y la revaloración de las costumbres. “Se busca que los menores se sientan orgullosos de su origen y, a la vez, que miren el futuro con optimismo”, señala Pilar Echevarría, trabajadora de Amantaní. Para conseguirlo ejecutan un conjunto de actividades. Un grupo de niños, por ejemplo, ha sido parte de la producción de 12 cortometrajes. Ésta fue una iniciativa de Amantaní como parte del programa Meet My World (Conocer a mi mundo). Los niños albergados son los protagonistas de los filmes. En uno de ellos, Yuri enseña cómo atrapar peces del río con la mano. En otro, Yeni muestra la receta para preparar un exquisito tamal. También aparece Amílcar, quien a su corta edad es un experto en arar la tierra usando a un par de toros unidos con un yugo (madera) y sujetados con una soga. Actualmente está en preparación el guión de la siguiente producción. En el producto los niños enseñarán que uno también puede divertirse sin necesidad de contar con tecnología ni redes sociales. Se está rescatando los juegos habituales en comunidades alejadas como Chanka. Todo el material se exhibirá en el extranjero. Lo rescatable es que los menores son los encargados de hacer todo el trabajo: desde la selección de temas, elaboración del guión y parte del rodaje. Sonia, de once años, nos dice que la mayor enseñanza que da Amantaní es el respeto. La bella niña es de la comunidad de Tamborpucyo, tiene la carita redonda, ojos de capulí y cabello indómito. “Quiero ser chef”, confiesa. Cada integrante de Amantaní quiere triunfar de grande. Que así sea.