Federico Rosado
Docente
La primera vez que lo vi, en la campaña electoral regional 2014, en una entrevista para este diario (LR), expresaba soledad. Efectivamente, no tenía ninguna compañía, llámese asesor o consultor. Además denotaba esa soledad que vista en una perspectiva conmiserativa se convierte en pena, tristeza.
Esa vez quedaría tercero con más de 100 mil votos, a 50 mil del primer lugar.
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Me corrijo, no fue la primera vez.
Fue cuando, siendo alcalde de Caylloma, participó en el corso por el aniversario de la ciudad de Arequipa.
Encabezaba la delegación de Caylloma rodeado de una decena de bailarinas jóvenes, al ritmo del Wititi.
Bailaba incansablemente y manifestaba un poder clarísimo respecto de las acompañantes, que lucían sometimiento.
Después, en 2018, lo tuve durante casi dos horas a escasos metros, al ser moderador de un debate.
Si bien ahora estaba acompañado, mi impresión regresa a una especie de soledad y tristeza.
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Mi condición aséptica en estos aburridos debates, debo confesar, hace que en ciertos intervalos me acerque al candidato para darle una breve indicación y a la vez hacerle una pregunta que me permite escuchar cómo está, en ese momento.
¿Todo bien?, es la pregunta.
Cáceres Llica me miró, como cuando tu hijo te dice con sus ojos: sácame de aquí.
Es totalmente cierto que Cáceres Llica es un mediocre gobernador y que aún faltan más de dos años para que culmine su mandato. Como consuelo puedo decir que Arequipa hace décadas que sigue botando el tiempo para su desarrollo.
Ahora, de allí a decir que es así porque no es arequipeño y otras memeces me hacen dar ganas de preguntarles a los que las dicen: ¿todo bien?