Prefiero hablar de ti, querida Sonia. Te he visto en la tele y en el cine. Siempre locuaz, siempre inspiradora. Con tu traje elegante de la península de Capachica. Dispuesta a aprender, aunque eres tú quien nos enseña a cada rato. Cómo sigues intacta ante la adversidad y tienes voluntad y talento para convertir las algas del lago en un sabroso postre que degustaremos luego.
Hagamos una pausa y te presentaré a Miriam, una madre joven que ha creado un helado a base de arracacha porque su hijita de 6 no aceptaba el tubérculo ni en puré ni en sopa. Tantos días experimentando hasta que llegaron los buenos resultados, como los de Elizabeth, una señora juiciosa que asistió a capacitarse y desde entonces el chiclayo o calabaza dejó de ser comida de chanchos y se convirtió en mermelada.
A Maribel ya la conoces. Sabes de sus totorales, de la mama cocha, de esa habilidad innata para manejarse en redes y traer buenas nuevas a la isla. Claro, es la hija de Cristina, la más empoderada de los Uros, la lideresa del turismo vivencial, ese que integra y al menos aquí funciona.
A Malvina podrías habértela cruzado en algún congreso. Es tan activa como tú. No solo hermosea semillas y plantas de la selva, sino también, alienta y cobija a varias mujeres que llegaron al taller por curiosidad y ahora son dueñas de su presente y dejan fluir el arte mientras sonríen y conversan con la libertad del viento y del bosque.
Gracias, Sonia. Tu llamada ha sido ideal a esta hora de la mañana. Hay que abrazarnos pronto. Estamos en el mismo camino. Ojalá traigamos más amigas la próxima vez.