Tamara Taraciuk es directora del Programa de Estado de Derecho del Diálogo Interamericano, institución que acaba de publicar un informe sobre inseguridad y democracia y la relación complicada entre ambas. Responde acerca de las políticas de mano dura que se están imponiendo en la región -el caso Bukele es paradigmático- y la necesidad de conciliar medidas efectivas enmarcadas en el respeto a garantías fundamentales.
—¿Se puede conciliar la necesidad de una mayor seguridad en la región y la defensa de las garantías democráticas? No hemos encontrado un equilibrio.
—Hay un problema fundamental en la región y es que la inseguridad es una de las principales preocupaciones de la gente. Los índices de homicidios y de inseguridad son altos y hay un aumento de la violencia, en muchos casos vinculada con el crimen organizado y el narcotráfico. La pregunta es cómo atender el problema. Los modelos que han prevalecido son los de mano dura.
—Como el de El Salvador.
—Que ha sido tremendamente eficaz en disminuir los índices de homicidios y de extorsión a un costo enorme para la democracia. El gran desafío que tenemos es encontrar ejemplos y estrategias para abordar el problema de la inseguridad dentro del marco del estado de derecho y mostrar que las democracias sí pueden resolver los problemas de la gente. En la región hay un gran descreimiento en la democracia y, en paralelo, una gran predisposición que va en aumento entre la población de aceptar un gobierno que no sea democrático si le resuelve sus problemas. Los datos del Latinobarómetro en el 2016 arrojaban que un 46% de la población estaba dispuesta a aceptar un gobierno no democrático. La cifra subió el 51% el año pasado.
—Cuando la gente tiene miedo está dispuesta a sacrificar garantías.
—A cambio de resultados. Y eso no es nuevo.
—Hecho el diagnóstico, insisto con la pregunta. ¿Es posible balancear democracia con políticas efectivas en seguridad?
—Es posible. La experiencia demuestra que una política de seguridad enmarcada en el estado de derecho tiene que tener cuatro puntos fundamentales. Primero, incluir medidas que combinen una política punitiva de sanción penal con garantías de debido proceso y una política de prevención social. Es menos sexy porque es algo a mediano plazo, lleva más tiempo.
—Y la gente demanda resultados rápidos.
—En una región en la que estamos en un ciclo electoral constante. El segundo elemento es que estas políticas perduren en el tiempo y para eso se requiere un mínimo consenso entre diversas fuerzas políticas, independientemente de quién sea gobierno y quién oposición. El tercer elemento es que las políticas de seguridad trasciendan la ideologización porque deben incluir un componente punitivo que tradicionalmente defiende la centroderecha y derecha y uno social que tradicionalmente promueve la izquierda y centroizquierda. Y el cuarto elemento es la coordinación y cooperación regional para tratar temas que van más allá de las fronteras para abordar el crimen transnacional o el crimen organizado.
—Muy en boga y creciente.
—Pero hay algo fundamental: por más que uno tenga la mejor política pública no será exitosa si no viene acompañada de una política de comunicaciones estratégica para venderla a la opinión pública y a los tomadores de decisiones. ¿Por qué el modelo de Bukele ha sido tan exitoso? En gran medida por la comunicación estratégica.
—Bukele es un gran comunicador, por cierto. Eso es innegable.
—Es un gran comunicador. Viene acompañado de gente que sabe mucho del mundo de la publicidad y ha logrado vender un producto que tiene resultados. Como decía antes, bajaron los índices de homicidio y de extorsión, y al mismo tiempo se han barrido debajo de la alfombra los enormes costos, como las violaciones de derechos humanos. Los factores del éxito del modelo de Bukele diría que son dos. Antes de implementar el régimen de excepción desmanteló, a una velocidad alarmante, las instituciones democráticas. Y el otro factor tiene que ver con su popularidad. Logró ser reelecto con un amplísimo margen a pesar de los cuestionamientos legales.
—¿Es un modelo de exportación?
—No es un modelo que sea de exportación. Para que funcione en El Salvador primero se llevaron puestas las instituciones independientes para que no puedan actuar como un freno al Poder Ejecutivo.
—¿Se puede exportar, pero no debería ser exportado?
—No es solo una cuestión de principios. Es una cuestión práctica. ¿Cuántos países hay en la región donde no exista ni una institución independiente que pueda actuar como freno al Poder Ejecutivo? No es que uno en Argentina, Chile o Perú se puede agarrar este modelo y decir “bueno, va a funcionar”.
—En el Perú hay un sector que reclama un modelo así y al mismo tiempo tenemos un serio problema institucional. No sé si sería tan complicado de ejecutar.
—Es que necesitas ciertos elementos. Que no existan instituciones independientes en pie que puedan actuar como un freno al Poder Ejecutivo. Cero. Ni un Poder Judicial, ni un Legislativo, ni una Defensoría del Pueblo, ni un Ministerio Público. Segundo, es un modelo que ha encarcelado a casi el 2% de la población adulta. Eso es inviable en la mayoría de los países de la región con poblaciones más grandes.
—¿Cómo se puede vender un modelo que responda a estándares democráticos y demora en ofrecer resultados frente a uno que ofrece salidas más rápidas?
—Lo principal es mostrar que hay políticas de seguridad democráticas y efectivas, que no sólo Bukele logra resultados. Al mismo tiempo la narrativa no debe ser solo de números sino una que cuente historias individuales, que explique que la sociedad se beneficia de este tipo de medidas.
—¿Cómo evalúa el estado de la democracia latinoamericana?
Es un momento muy complicado. Tenemos a las dictaduras puras y duras como Nicaragua o Venezuela. Tenemos también los casos de líderes electos democráticamente que, una vez en el poder, dan la espalda a las garantías más fundamentales como la independencia judicial, la prensa independiente, la sociedad civil. Hay una amenaza desde dentro del sistema. Son individuos que pueden tener legitimidad de origen y que la pierden en el ejercicio del cargo. Y después tenemos a las democracias frágiles. Perú es un ejemplo de eso, de una democracia frágil. No hay una persona que sea el caudillo que acapara el poder, sino que hay una diseminación del poder con una fragilidad institucional tal que impide que el sistema responda.