A pesar de que con una votación de cuatro magistrados contra tres, el Tribunal Constitucional (TC) declaró –el pasado martes 23– infundada la demanda que solicitaba que las corridas de toros, las peleas de gallos y las peleas de toros no sean excluidas de la Ley de Protección y Bienestar Animal, no se puede asumir que el debate terminó. No hay estocada final alguna.
Primero porque el resultado ha sido ajustado: Carlos Ramos, Augusto Ferrero, José Luis Sardón y Manuel Miranda votaron a favor de la constitucionalidad; mientras que Marianella Ledesma (la presidenta del organismo), Ernesto Blume y Eloy Espinosa-Saldaña lo hicieron en contra. Una votación aplastante a favor de la ‘fiesta brava’ hubiera sugerido que la demanda era irrelevante.
Pero no es así, ni en el Perú ni en todo el mundo. Desde hace varios años, ha cobrado fuerza un gran movimiento contrario a las corridas en todo el mundo. Tanto es así que ni siquiera España, de donde proviene la tauromaquia tal como la conocemos, la mantiene en todo su territorio. Ya no se practica, por ejemplo, ni en Canarias ni en Cataluña, donde Barcelona ya es antitaurina.
Hay siete países más donde este espectáculo controvertido continúa (aunque en algunos tienen restricciones, como en España): Francia, Portugal, Venezuela, Colombia, México, Ecuador y Perú. Entre nosotros no tiene límites, a pesar de que ya en el 2008 una encuesta de la empresa Datum arrojaba que el 68% de peruanos estaría de acuerdo con que sea prohibido por ley.
El número de opiniones en contra, al presente, debe haber aumentado, dado el vigor del movimiento animalista. Sin embargo, los pedidos para que se acabe vienen de varios lados. Numerosos estudiosos han sostenido, y demostrado, que los animales sufren, sienten, no son meros objetos. La ética contemporánea ya no considera aceptable el maltrato a los animales.
El conocido biólogo británico Desmond Morris señaló, hace ya varios años, que las corridas de toros se basan en “el peligroso cuento de hadas que coloca a la humanidad por sobre la naturaleza”. En el debate del TC, su presidenta Marianella Ledesma dijo que “la tauromaquia es una amenaza a un mundo cambiante que ecológicamente respeta el mundo que lo rodea”.
No hay que olvidar, por cierto, que las corridas de toros son parte esencial de numerosas fiestas de provincias, donde no se considera su abolición. De allí el argumento que afirma que son parte de “la cultura y tradición”. Eso hay que valorarlo en el debate. Aún así, nuestra sociedad tiene que comenzar a preguntarse si la tortura festiva de un animal es algo que vale la pena perpetuar.