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Política

¿Por el camino de Santiago?

“El capitalismo corporativo que nos caracteriza se basa en la exacción cotidiana de millonarios recursos de los pobres para su apropiación por parte de los ricos”.

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Más que la chilena, la peruana es una sociedad construida sobre prebendas y privilegios. Desde siempre, aun desde antes de nuestra vida republicana. En tiempos recientes, las reformas liberales de los 90 desbrozaron mucho del follaje mercantilista, pero la tarea quedó a medias y nadie después ha pisado a fondo en la tarea de completarlas. Y así, acumulamos tensiones que más temprano que tarde pueden seguir la ruta de Santiago.

Entre muchas otras miradas válidas, lo de Chile también se puede ver como una revuelta antimercantilista, contra las fisuras del libre mercado que subsisten en ese país y que, al abundar en el nuestro, hacen temer con razón que un estallido semejante pueda replicarse acá.

Se dice que estas “fallas” son estructurales y consustanciales al llamado modelo neoliberal. No es así. Estamos ante vicios mercantilistas, antiliberales. Son resultado de la perversión del libre mercado, generada por la complicidad de los grandes grupos de poder económico con funcionarios estatales y autoridades políticas. En sentido estricto, no tenemos exceso de libre mercado sino más bien ausencia de él.

El liberalismo sí es posible, no es una quimera, pero requiere de un Estado fuerte que impida precisamente la mencionada captura corporativista. Y en ese afán necesita que exista una clase política mayoritaria –tanto de derecha como de izquierda– que comulgue con los principios de la libertad económica (en el Perú, sin embargo, los liberales de izquierda privilegian lo estatal en desmedro del mercado y muchos de los de derecha no son otra cosa que voceros de la gran empresa y de sus intereses).

El capitalismo corporativo que nos caracteriza se basa en la exacción cotidiana de millonarios recursos de los pobres para su apropiación por parte de los ricos, en una sangría que termina por enervar a los ciudadanos y consumidores. La desigualdad no es combustible per se. Pero ella es tolerable si responde a los méritos, no a los privilegios de clase.

Solo la enorme informalidad de la sociedad peruana y los canales de desfogue político que, felizmente, Vizcarra y un grupo de jueces y fiscales han logrado, explican por qué acá no se ha producido y probablemente no se produzca en el corto plazo un estallido equivalente al del sur.

Pero el equilibrio es frágil. Nos preguntamos qué hubiese ocurrido, por ejemplo, si el Congreso vacaba a Vizcarra y la presidencia era ocupada por personajes como Mercedes Aráoz o Pedro Olaechea. Y hay bombas de tiempo por doquier: peajes de la corrupción, las AFP, oligopolio farmacéutico, abusos de clínicas y seguros, pésimas salud y educación públicas, precariedad laboral, exoneraciones tributarias, desastroso transporte masivo, etc.

La democracia de mercado libre sigue siendo, de lejos, el mejor sistema, no solo para lograr el progreso individual sino para asegurar la convivencia pacífica de millones de ciudadanos. No elimina la posibilidad de la violencia, que es inherente a la humanidad y a la sociedad, pero la aplaca de manera sustantiva. Se ha empezado a resquebrajar, sin embargo, su apego a las libertades políticas y de mercado que definían su saludable utopía de integración y en ese derrotero pronto pueden empezar a volar mil conos indignados capaces de romper nuestra pasmosa indiferencia colectiva.

La del estribo: ¡Maravillosa! No hay mejor palabra para describir la hora y media que dura la puesta en escena de Hamlet, que Chela de Ferrari, su directora, le regala al público en el teatro La Plaza. ¡Imprescindible! Es el calificativo que amerita la muestra Inteligencia salvaje, la contraesfera pública 1979-2019, de Herbert Rodríguez en el ICPNA de Miraflores. Solo va hasta el 3 de noviembre.

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