En esta campaña capitalina, ha muerto la política, o ha triunfado la contrapolítica, la fase superior de la antipolítica; no existen oferta y demanda electoral.,Lima no se merece una campaña electoral como la que está a punto de culminar. Quizás se lo merezcan sus partidos, líderes, candidatos y hasta buena parte de sus electores, especialmente los que se han subido a ciegas a los vehículos de la improvisación conducidos por candidatos con los ojos vendados. Cuando se escriba la historia de estos días se examinará cómo una ciudad de 10 millones de habitantes –repleta de necesidades y posibilidades– pudo desperdiciar seis meses en una campaña electoral millonaria, inservible y mediocre. La capital está perdiendo por goleada y es probable que el 7 de octubre no se pueda siquiera empatar el partido. De todo esto saldrá una administración metropolitana que requerirá mucho respaldo del Gobierno Central, control, investigaciones, denuncias, depuraciones y sanciones. Que tengan en cuenta esa perspectiva los “lovers” de los candidatos –los políticos peruanos actuales no tienen adherentes sino fans– que estos días se aferran a candidatos meme que aparecen de pronto en la esquina vendiendo chucherías y sacándonos risas. No hablemos de los municipios distritales la mayoría de los cuales serán asaltados por redes, conocidas y por conocer, de rápido proceder ilegal. ¿Cómo sucedió esto? Ya antes del colapso de los partidos, estos se habían encontrado con el independentismo político, solo que ahora ha cambiado el modo de relacionarse. Las elecciones del año 2014 ya mostraban el camino; 5 de los 13 candidatos a la alcaldía de Lima fueron alojados en vientres de alquiler, aunque en el resultado final, casi el 80% de votos no fueron para los partidos franquicias. Cuatro años después, hemos empeorado; 11 de los 20 candidatos son alojados por vientres de alquiler, entre ellos tres de los cinco que figuran entre los primeros lugares en las encuestas. Si nos atenemos a los sondeos recientes, descontando la intención de voto blanco, viciado, y los que no saben/no contestan (40% del total de entrevistados), dos tercios de los que piensan votar por un candidato lo harán por uno alojado en un vientre de alquiler o partido franquicia. No es lo único alquilado o tercerizado; también los planes de gobierno y la disposición de recursos, de modo que se tienen hasta tres tipos de gastos electorales, los que realiza el candidato, los que realiza el partido, y de los candidatos distritales, sin que los organismos electorales tengan posibilidades de supervisar. ¿Qué ganan los partidos que antes buscaban el poder? La clave es el negocio electoral: los partidos –o los dueños de las marcas– son los que subastan las listas de regidores metropolitanos y las alcaldías distritales. En esta campaña capitalina, ha muerto la política, o ha triunfado la contrapolítica, la fase superior de la antipolítica; no existen oferta y demanda electoral e intermediación, sino una batalla de opciones ultrapersonalizadas en su mayoría vacías sin grandes proyectos de ciudad y donde nadie regula o controla: ni los procesos de selección de candidatos, la elaboración de planes, el gasto electoral y, como se aprecia estos días, ni los debates. Eso que seguimos llamando “campaña” a falta de sistematización del fenómeno, transcurre sobre un escenario precario con hechos que constituyen un desafío para la teoría política. Un caso es el de Ricardo Belmont, quien, si gana la elección, sería el único en el mundo que puede ser dos veces outsider, con 30 años de diferencia, y cuya franquicia es un partido ultraizquierdista que defiende a las dictaduras de Maduro y Ortega; o el de Daniel Urresti, que puede ganar la alcaldía de Lima haciendo una “campaña” como si postulara a ministro del Interior, representando a un partido acusado de inscribirse fraudulentamente, y acusado él mismo de asesinato de un periodista. http://juandelapuente.blogspot.com