Algo cambia y todo sigue igual

¿Salimos de este trance convertidos en un país mejor, menos corrupto y más viable, como se anunció?,«Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi» («Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie»). La célebre frase de «El Gatopardo», aquella majestuosa novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, ha servido una y otra vez para describir aquellos procesos políticos que permitieron la supervivencia del status quo luego de venderse como revolucionarios. ¿Cuánto «gatopardismo» hay en las dramáticas semanas que acabamos de vivir los peruanos, que incluyeron dos procesos de vacancia y el derrumbe de un gobierno con los pies de barro? ¿Salimos de este trance convertidos en un país mejor, menos corrupto y más viable, como se anunció? El fastidio frente a la crisis que desencadenó la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski sirvió como combustible para la popularidad de Martín Vizcarra. El nuevo gobierno asumió sus funciones en medio de un entusiasmo bastante unánime, empujado por las comparaciones con su predecesor y por lo que parecían ser unos tiempos menos crispados y caóticos. Al menos durante unos días, Vizcarra ha encarnado una feliz etapa de cambio. Pero el paso del tiempo ha atemperado esta luna de miel. Sus primeras actuaciones no han estado libres de deslices: anunció que lucharía contra la corrupción pero promulgó una ley que excluía al Congreso de ser fiscalizado por la Contraloría, presentó un primer gabinete ministerial —definido por la opacidad— y su composición no ha estado libre de críticas. Aunque sigue gozando de una aprobación abrumadora (según CPI, el 71.4% está de acuerdo con que sea Presidente), el natural desgaste del ejercicio del poder aplacará la ilusión inicial y terminará normalizando su imagen. Donde no se vislumbra ninguna intención de cambio es en el Congreso. Ahí se ha decidido actuar como si nada hubiera sucedido, como si la caída de un presidente fuera un hecho anecdótico, como si su desempeño en las últimas semanas no se hubiera traducido en el peor de los descréditos. Apenas han pasado dos semanas desde el cambio y ya hemos visto cómo sigue campando la impunidad. La comisión de ética absolvió de manera vergonzosa a la fujimorista Yesenia Ponce, a pesar de estar meridianamente comprobado que pagó 10 mil soles por un título fraudulento. También se salvaron Luz Salgado, Héctor Becerril y Rosa Bartra, a quienes todos vimos entorpecer el allanamiento de la Fiscalía a un local de Fuerza Popular. Al Parlamento no parece importarle el clamor de la calle que, además de una urgente reforma política (que incluya la ley electoral), exige cambios profundos en las maneras para ejercer el poder. La recompensa para esta conducta cínica e indiferente es palpable: también según CPI, el 90.9% desaprueba al legislativo y un insignificante 7% lo aprueba. Lo que esta cifra registra es el amplio desprecio de una ciudadanía, que está harta, no quiere que la sigan engañando y se mantiene vigilante ante nuevos enjuagues. Puede ser que en nuestro panorama político haya cambiado algo para que mucho siga igual, pero esta otra transformación sí que es real y debería ser tomada como una advertencia.