Despedida

“No eres tú, soy yo”, parece ser la forma más odiada de terminar con alguien. No entiendo por qué. Yo la encuentro honesta, clara, directa y hasta profunda. En cambio, detesto cuando complican las cosas. Cuando hablan de tiempo y espacio, como si fueran Stephen Hawking. Arman teorías de universos paralelos que si se acomodan quizá hagan que la relación funcione. Si supieran lo ridículos que se oyen. Parecen banqueros organizándote un crédito por cuotas, jurando que alargar el fin hace que duela menos.En cambio, “no eres tú, soy yo”, es la verdad. Porque es cierto que soy yo quien no quiere seguir más. Es cierto que soy yo quien se ha dado cuenta, primero, que esto no va a crecer más. Es cierto que no hay nada de malo con quien eres per sé (a menos que seas un machista, sociópata o psicópata, en ese caso el problema sí eres tú), es solo que, para mí, en quien eres y en como somos juntos no está la felicidad.Lo que pasa es que anula toda posibilidad de que controles la situación. No está en tus manos revertir la decisión. Por eso odias la frasecita.Pero no le tengas bronca, la verdad es que no hay palabras suaves en una despedida. No hay manera indolora de decir adiós. No importa cuántas razones de peso tengas o cuántas excusas inventes, no habrá colchón que mitigue el impacto. Esa persona venía buscando un abrazo y tú la terminaste empujando al vacío. Dependiendo del contexto y el motivo será más duro para el que se va o para el que se queda, pero ambos sentirán la pérdida. Uno: culpa; el otro: rabia, tristeza y/o sorpresa.Y el tema, es que hoy tengo que decirte justo eso: no eres tú, soy yo. Pensé que esta columna iba a durar muchos años más. Pero en mi eterno afán de aventuras he encontrado una que muero de ganas por emprender y hacerlo me obliga a dejarte. Me llevo la felicidad de los buenos recuerdos, y espero que tú también.