El hijo preferido

Solo hay una cosa en este mundo que puede ser peor que haber sido procreado por el indescriptible don Isaac Humala Núñez, el patriarca del clan de los Humala Tasso. Algo que uno no le desearía ni siquiera a su peor enemigo. Y ese algo es ser hijo de Alberto Fujimori, el dictador preso en la Diroes. Pero, claro, no cualquier hijo. Ambos caballeros se han cuidado mucho de marcar las diferencias, pues, mientras los retoños menores disfrutan, y han disfrutado, de todos los apapachos y mimos que cualquier chiquito consentido envidiaría, son los mayores los que sufren, y han sufrido, la mano de hierro y las exigencias de dos padres que podrían figurar en un libro sobre la crueldad paterna universal. Si no, solo recuerden la infancia de Kenji, el hoy díscolo parlamentario fujimorista que acaba de ser suspendido por su partido y en cuya defensa ha salido, cual fiera enfurecida, su mismísimo papi. Y no olvidemos que hay imágenes de esos tiempos en los que, mientras la pobre Keiko tenía que vestirse de matrona cuarentona (a los veinte años) para reemplazar a su electrizada madre en el cargo de primera dama, Kenji la pasaba bomba jugando con su boa y burlándose de la pelada de su tío Vladimiro Montesinos. Las diferencias de trato del patriarca Fujimori han sido tan evidentes que, celebrando como siempre las aventurillas del hijo menor, llegó a hacerlo “autor” del éxito del rescate de los rehenes de la casa del embajador japonés, como si los comandos de Chavín de Huántar hubieran sido unos simples peones que entraron a la boca del lobo guiados por la traviesa mano del benjamín de la familia. ¿Y a Keiko? ¿La que se tragó el roche de reemplazar a mamá para salvarle la cara al padre? ¿La que tuvo que apechugar los protocolos de rigor e incluso bailarse un trencito con el tío Hugo Chávez al que ahora detesta? ¿Aquella que tuvo que tomar las riendas del partido que don Alberto dejó en ruinas tras su huida a Japón? ¿La que, finalmente, se empujó dos campañas seguidas, aunque terminara haciéndole competencia a Lulú Flores en eso de perder elecciones ganadas? A ella, ni las gracias. ¿Se imaginan lo que son esas visitas de Keiko a papá, esas que le tiene que hacer, sí o sí, porque, de otro modo, se vería muy feo que la líder del fujimorismo se desentienda del fundador de su movimiento? Yo me los imagino sentados, uno frente al otro, carraspeando de cuando en cuando, hasta que se cumple la hora de la visita y Keiko por fin puede irse corriendo de esa cárcel en la que su papi cultiva flores y revisa los recortes de las hazañas de su pequeñín, ese que grita a los cuatro vientos que lo único que quiere en este mundo es que su papi salga libre. Por eso, no me sorprende nadita que el miércoles pasado, don Alberto haya salido, lanza en ristre, a fustigar a su hija, después de que la bancada de su partido –que él fundó y ella maneja– suspendiera a Kenji por sus desafiantes declaraciones y los constantes sabotajes a la autoridad de su hermana. Pero si todo eso les parece un infierno, ¿tienen idea de lo que habrá sido crecer como el soldadito raso de don Isaac? ¿Saben cuántas duchas de agua fría habrá tenido que aguantarse el pequeño Ollantita, mientras Antaurito se quedaba en la cama hasta el mediodía y, luego, jugaba de lo más feliz a matar policías con su pistolita de agua, ante la amorosa mirada de papá? Y, más tarde, ya siendo presidente, ¿imaginan lo que habrá sufrido siendo insultado en vivo y a nivel nacional por el autor de sus días, mientras Antauro se fumaba un jardín entero en la confortable cárcel que papi gestionó para él? El propio don Isaac declaró alguna vez que él había formado a sus hijos para ser presidentes, pero, claro, en el camino, estoy segura, el único que tuvo que esforzarse fue Ollanta, porque, valgan verdades, Antauro jamás ha dado señales de ser más disciplinado que su hermano y, sí, más bien, todo el mundo sabe que le gusta el dolce far niente (etnocacerista, eso sí) como lo prueba más de un video que dio cuenta de sus francachelas en prisión. Don Isaac jamás ha ocultado sus preferencias por Antauro, al punto que rompió palitos con su hijo presidente cuando este no quiso sacarlo de la cárcel (el símil da escalofríos) y hasta llegó a insultar a su nuera, la borrachita de poder, y culparla por la “traición”, solo porque supuso que era ella el obstáculo por el que su engreído no gozaba de la libertad que un Humala debería. Por todo eso, no deja de ser curioso que ambos personajes –Keiko y Ollanta– no puedan verse ni en pintura. Ambos han sufrido los tormentos de la frialdad paterna y, también, la maldición de ser los hermanos mayores que tuvieron que apechugar las expectativas de papi mientras los chiquitines hacían de las suyas. ¿Qué les impediría ahora asesinar –simbólicamente, claro– al padre abusador y seguir su propio camino? Tal vez el día que lo hagan por fin podrán ser los verdaderos líderes políticos que nunca fueron. Y Sófocles, por fin, podría descansar en paz. Es curioso que ambos personajes –Keiko y Ollanta– no puedan verse ni en pintura. Ambos han sufrido los tormentos de la frialdad paterna y, también, la maldición de ser los hermanos mayores”.