En un video de marzo de 2022 que se hizo viral en estos días, Daniel Injoque, estudiante de Derecho de la PUCP, sostiene una torta de cumpleaños con la imagen de George Floyd mientras, con espíritu celebratorio, exclama a coro con algunos de sus compañeros “I can´t breath” (“No puedo respirar”), en alusión a las últimas palabras del afroamericano cuando un policía blanco presionaba su cuello contra el pavimento causándole la muerte por asfixia. Jóvenes muy animados acompañan la grotesca ocurrencia.
En una imagen de Injoque y su exnovia que circula en redes sociales, visten polos con los rostros de fachos y dictadores, Hitler, Mussolini, Pinochet, Fujimori y por encima de todos, Sánchez Cerro. La pareja posa sonriente delante del espejo. Lo menos que se puede decir es que las imágenes del estudiante proyectan un pensamiento consistentemente reaccionario.
En una carta de Injoque publicada en X hace un par de días, este expresa estar arrepentido, pide disculpas por sus actos en el pasado y asegura que de un tiempo a esta parte ha cambiado mucho. Es difícil saber si sus palabras son sinceras o movidas por la presión social de estos días. De cualquier forma, vale la pena abordar el grave incidente para exponer algunas dimensiones de la práctica de la discriminación tan prevalente en el Perú.
Lo primero y más evidente, el ejercicio gozozo del poder en la fiesta de cumpleaños. Estudiantes que disfrutan de una condición social de privilegio en un país de hondas brechas sociales, que estudian en una universidad privada y de méritos académicos indiscutidos en un país de penosa orfandad de la educación exponen estas realidades objetivas como marcadores sociales de prestigio. El sociólogo brasileño Roberto DaMatta, autor de “Carnaval, malandros y héroes”, diría que en una sociedad poscolonial como la peruana se exacerba la “conciencia de posición social” en la medida en que sirve para desmarcarse del resto de la sociedad. En otras palabras, el reconocimiento social descansa en la “posición social” (el apellido, el color de la piel como adscripción social, la universidad, el distrito en el que se vive, la playa que se frecuenta, etc.) que se ostenta antes que en el mérito individual o ciudadano, ese mito cívico en sociedades (algo más) democráticas.
DaMatta analiza la frase que es ubicua en Brasil y en el Perú, “¿Usted sabe con quién está hablando?”. En nuestras sociedades poscoloniales puede interponerse en cotidianas transgresiones cotidianas (colarse en la fila del banco, pasarse la luz roja, dejar la 4x4 abandonada en la pista obstruyendo el tráfico, etc.) cuando las personas quieren hacer valer ante la autoridad o ante otros individuos su “posición social”, evitando así el “penoso” igualamiento democrático. La respuesta, “oye fulanito ¿sabes con quién estás hablando?”, resulta en la inferiorización del otro. El choleo y la escena del cumpleaños de Injoque en un extremo todavía más perverso forman parte de ese esfuerzo obsceno de inferiorización del otro.
La PUCP que va a investigar el caso haría mal en limitarse al incidente puntual y abordarlo como un exabrupto personal. No lo es. Algo bueno saldría de este evento lamentable si la facultad de Derecho, además de la decisión que tome en este caso en particular, abre un diálogo interno en torno a, entre otros, la mirada que se inculca a los estudiantes sobre lo que es el derecho más allá del derecho positivo (¿en diálogo con doctrinas y conceptos jurisprudenciales modernos?) y, no menos importante, la visión del país que promueven en las aulas.
Otro aspecto resaltado por el propio Injoque en su carta de descargo es la contradicción de ejercer desprecio racial o étnico siendo él mismo de ascendencia palestina. La discriminación es un ejercicio de poder que puede darse de forma transversal: ser hijo o nieto de un refugiado palestino (por decir) no lo libra de discriminar en el futuro.
Me permito dar un ejemplo de transversalidad, con una historia personal. Hace unos meses, en una localidad ayacuchana, esperaba en una estación de radio a un periodista para una entrevista. El estaba en la cabina en una conversación telefónica con un colega de Lima. Discutían sobre el incidente en un estadio en Sao Paulo (Brasil), donde el preparador físico de la “U” fue detenido por la policía brasileña luego del partido contra el Corinthians, acusado de realizar gestos racistas contra el público afrobrasileño. El periodista estaba indignado con la Conmebol que amenazaba con sancionar al Perú. Ingresé poco después a la cabina. Arrancó preguntándome por el racismo de Lima durante las protestas sociales. Efectivamente, le daba toda la razón, Lima y el Perú están atravesados por este problema endémico, señalaba. Mientras hablaba resultaba evidente que el periodista ayacuchano no relacionaba la pregunta que me había hecho con el incidente racista en el estadio de Sao Paolo que de forma tan manifiesta pasaba por alto.
En definitiva, la discriminación es un fenómeno que nos atraviesa socialmente. Está en nuestras formas de relacionamiento y en el ejercicio de poder cotidianos. De ahí la necesidad de hablarlo de forma abierta, aunque sea una tarea harto complicada.