Consecuencias de la violencia. Tras el feminicidio que conmocionó a la ciudad de Tarapoto y al país, los familiares de Marysella Pizarro y Tirsa Cachique cuentan las secuelas que la tragedia ha dejado en ellos, más allá de las irreparables pérdidas humanas. Aquí sus historias.,Fernando Ruiz truncó su vida, la de dos mujeres y los sueños de tres familias,Fernando Ruiz truncó su vida, la de dos mujeres y los sueños de tres familias,Fernando Ruiz truncó su vida, la de dos mujeres y los sueños de tres familias,Que la violencia familiar deja marcas físicas y psicológicas en las personas que la sufren, qué duda cabe. El caso del feminicidio producido en Tarapoto, San Martín, es el ejemplo más claro de ello, y también lo es, si de hablar de daños colaterales se trata. El pasado lunes 29 de mayo, Fernando Ruiz del Águila, el feminicida confeso, no solo acabó literalmente con la vida de dos mujeres: Marysella Pizarro Tuanama (su expareja) y Tirsa Cachique Inga, la empleadora de esta, tras prenderles fuego en la peluquería donde trabajaban. También truncó su propia vida y los proyectos e ilusiones de tres familias. PUEDES VER Celos asesinos: peruana es estrangulada por su esposo en Chile Sin padres pero unidos Una semana después de lo ocurrido, cuando los hijos de Marysella no salían del asombro por el trágico desenlace que tuvo su madre, recibieron el martes la confirmación de un hecho que era inminente: su padre también fallecía producto de una infección generalizada, a consecuencia de las graves quemaduras también sufridas el día que tomó esa fatal decisión. "En lo único que se habían logrado poner de acuerdo en los últimos meses mis padres fue en apoyarme para que postulara a la Policía Nacional. Estábamos juntando el dinero y ya teníamos algo ahorrado, pero con lo que ha pasado ya empecé a disponer de eso para sostener a mis hermanos", comenta Diego Ruiz Pizarro (19), el mayor de los cuatro hijos que dejó la pareja. Demostrando una madurez que asombra para el momento que vive, Diego dejará sus planes personales a un lado para asumir desde ahora la responsabilidad de acompañar a sus hermanos y ser la guía que necesitan. "Yo me estoy preocupando porque esto no deje más secuelas de las que ya debe haber en ellos. Ya averigüé y voy a llevarlos al psicólogo. Hay quienes dicen que de padres violentos, hijos también violentos, pero no, no será así. Yo he dicho que pase lo que pase, nosotros vamos a ser mejores que nuestros padres, vamos a salir adelante", asegura. Diego no piensa ahora en otra cosa que no sea cuidar de sus hermanos, cree que cumplir su anhelo es utopía. Desde otra zona de la sala de la casa, Elia Tuanama escucha a su nieto y sosteniendo el cuadro con la imagen de su hija Marysella, la recuerda como una mujer alegre y risueña, que en los últimos meses estaba interesada en aprender inglés. "Yo bromeaba diciéndole que también tenía que aprender para poder entenderla... Ya nada me va a devolver a mi hija”, señala con voz baja y quebrada. Esta octogenaria mujer ahora se siente con el deber de criar a sus cuatro nietos: "Mientras ellos tengan una familia no irán a ningún albergue, yo no lo voy a permitir", asegura con determinación. Y como es consciente de las limitaciones propias de su avanzada edad, ya piensa en recurrir a maestras particulares para que complementen la educación escolar que reciben sus otros tres pequeños nietos. Vivir con el estigma "Lo que ha pasado nos ha cambiado la vida, es muy fuerte. Más allá de las pérdidas materiales que esto representa para mí, es el dolor de saber que aquí en mi propia casa, dos mujeres a quienes veía a diario fueron asesinadas", comenta Silvia Chu Tananta, dueña del inmueble donde funcionaba la peluquería que Tirsa Cachique alquilaba, y donde a su vez daba trabajo a Marysella Pizarro. Hoy, ese espacio de 16 metros cuadrados a tono con la tragedia parece también estar de luto: paredes, losetas y todo el piso son una sola mancha negra por causa del incendio que Fernando Ruiz provocó cuando esparció gasolina y prendió fuego. "En esta casa vivimos dos familias, la de mi hermana y la mía. Debido a lo ocurrido, mi sobrina sufrió un shock traumático y ahora se encuentra internada en Lima. Nosotros pudimos también morir asfixiados por el fuerte humo; afortunadamente salimos por la parte de arriba", recuerda Silvia Chu. Antes de ser peluquería, el espacio también fue una boutique de venta de ropa de niños, era un ingreso seguro para Silvia, ahora esos 16 metros cuadrados deberán ser demolidos, pues todo quedó inhabitable. “Era la primera vez que lo daba en alquiler para ese tipo de negocio. Ahora tendré que empezar nuevamente, pero creo que no va a ser fácil que en Tarapoto la gente no asocie este lugar con lo ocurrido”, indica Silvia. Para remodelar el espacio le serán necesarios conseguir alrededor de 8 mil soles. La reconstrucción del espacio en casa de Silvia se vuelve una necesidad, ya que no solo se trata de levantar la infraestructura para asegurar un ingreso para la familia, también porque significará voltear la página de un capítulo de espanto. “Yo me pongo a pensar, señorita, y me pregunto qué hubiera pasado si en ese momento de la tragedia los escolares del colegio de la esquina hubiesen salido y pasado por aquí. Como usted ve, aquí se estacionan muchas motos lineales; qué hubiese pasado si dentro de la peluquería había alguna cliente atendiéndose, ¿se imagina? Él (Fernando) definitivamente no midió sus actos”, reflexiona Silvia. Adiós emprendimiento En esta historia hay una segunda víctima directa, se trata de Tirsa Cachique Inga, una mujer de 49 años que era dueña del negocio de peluquería. “Tirsa Fashion (nombre del salón) funcionaba aquí en la casa. Mi mamá vio que en el barrio no tenía la clientela que quería y por eso se esforzó para trasladar el negocio al centro de Tarapoto, y lo logró”, cuenta Ricky Ramírez Cachique, el primero de los dos hijos mayores de edad que deja Tirsa. En efecto, Tirsa Fashion llevaba 7 meses funcionando en el céntrico jirón Augusto B. Leguía, una calle identificada por la población tarapotina como “la zona de las peluquerías”. Pero esta pequeña empresaria quería más y soñaba con tener una peluquería más grande. “Ella decía: no te inclines ante el primer tropiezo, levántate, sacúdete y sigue adelante. Ese tipo de frases tenía mi madre”, agrega Christian, el segundo hijo. El emprendimiento de Tirsa Cachique no quedaba entre tijeras, esmaltes y cremas. También tenía una agencia de turismo llamada “Tarapoto Expedition”, que funcionaba al frente de la peluquería. “Hemos tenido que desactivar la agencia porque ahora no estamos en condiciones de continuar con ella, usted sabe, seguirá acumulando impuestos y lo que menos tenemos ahora son recursos”, alega Ricky Ramírez. “Ni siquiera en su propia relación mi madre vivió violencia. Mis padres se separaron hace 19 años pero tuvieron una relación cordial. Nosotros no recordamos que mi padre haya golpeado a mi mamá. Discutían como todo matrimonio, pero no hubo extremos. Eso es lo que no entendemos: ¿por qué tuvo que morir así en manos de un agresor que nada tenía que ver con ella?”, se cuestiona Ricky Ramírez. Piden perdón Y cuanto más se abre el abanico de afectados indudablemente los familiares de Fernando Ruiz también merecen ser considerados. “Como hermana puedo decirle que la muerte de Marysella nos duele mucho. Si pudiéramos cambiar lo hecho por mi hermano, lo haríamos. Solo puedo agregar que esto que estamos viviendo no se lo deseamos a nadie. Si tenemos que pedir perdón fue por no haberles prestado atención y ayuda como pareja”, dice Ludith Ruiz. Desinterés por frenar violencia psicológica En lo que va del año y solo a nivel del Centro de Emergencia Mujer (CEM) del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en Tarapoto, han sido atendidas 123 denuncias de violencia. El año pasado cerró con 387 casos, donde el 84% fueron agresiones en contra de mujeres y 16% en contra de varones. “Aquí en Tarapoto la Policía cree que la víctima necesariamente tiene que pasar sí o sí por medicina legal para que cuente con su diagnóstico de daño psíquico, cuando la ley dice que los informes de los CEM tienen carácter de medio probatorio. Es más, en todo el departamento de San Martín hay un solo perito acreditado por Medicina Legal para atender los cientos de casos; por eso es que muchas denuncias por violencia psicológica son archivadas, porque la denunciante pierde interés cuando la programan luego de tres o cuatro meses para pasar su examen”, sostiene Cinthia Rojas, del CEM-Tarapoto. Esta realidad de falta de peritos es una constante en varios departamentos y sigue siendo el talón de Aquiles de la Ley de violencia familiar en el país. Y frente al archivamiento de las denuncias, las víctimas se quedan sin medidas de protección y todo vuelve a cero, hasta una nueva denuncia. Justamente a Marysella Pizarro le archivaron las denuncias por maltrato psicológico.