Vida de SZ

@lauermirko [Fragmento de la presentación del libro La vida sin dueño, de Fernando de Szyszlo, en el Hay Festival de Arequipa, a fines del año pasado] Si bien pintar ha sido largamente más importante en la vida de Szyszlo que escribir, o incluso que opinar, siempre el mundo de la literatura lo atrajo más que el de la pintura, el de los literatos más que el de los artistas visuales. El libro casi no registra amigos pintores a partir de un momento. PUEDES VER: Los seriales. Basta con ver la lista de sus amigos, donde poetas y narradores son quienes más lo acompañan en su historia, personal y artística. A la vez Szyszlo se mueve entre los dos espacios como si no hubiera diferencia entre ellos, pero tampoco un vínculo específico, más allá del reconocimiento de una suerte de república de los creadores. De hecho en el círculo de amigos de Szyszlo no hay esa diferencia entre las letras y el arte. Es sintomático que los amigos de juventud más cercanos, como Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy o Luis Miró Quesada Garland se movieran con la misma soltura entre lo escrito y lo visual. Como creadores o como críticos. Volviendo al libro, cuando me enteré de la existencia de esta obra que aquí comento pensé que luego de tantas entrevistas y declaraciones autorreferenciales no le quedaría al autor espacio, ni ánimo, para unas memorias tan extensas y detalladas como estas. Pensé mal. El libro es definitivamente mucho más que la suma de las partes de lo ya entregado. Tres espacios discernibles en esto: la autobiografía propiamente dicha, la vida del afecto donde el tiempo no pasa o lo hace muy lentamente, y el mundo de la evolución de su pintura, hecha de veladuras y exploraciones. Para comenzar no son propiamente memorias, y Szyszlo se resiste a llamarlas así. Se trata más bien de una autobiografía, intensamente confesional, y en esa medida íntima. En buena medida es lo que los periodistas no pudimos arrancarle. Digo esto porque en ningún momento en estas páginas el pasado de un hombre de 90 años parece remoto, sino siempre muy presente. El autor está decidido a ser un contemporáneo de sí mismo.