Guardianes del agua de Lima | FOTOS

Mientras muchos limeños criticaban a Sedapal por restringir el agua durante los días de huaicos, estos hombres y mujeres se esforzaban para restablecer el servicio cuanto antes. Obreros, técnicos, químicos e ingenieros. En cada una de las fases del proceso de tratamiento y producción, su aporte resultó fundamental.,Guardianes del agua de Lima | FOTOS,Guardianes del agua de Lima | FOTOS,Guardianes del agua de Lima | FOTOS,Guardianes del agua de Lima | FOTOS,La bocatoma de la planta La Atarjea suele ser un lugar solitario la mayor parte del año, y Sergio Zambrano (26) lo sabe. De mayo a noviembre, período de estiaje, él pasa los días recorriendo sin compañía la estructura por donde las aguas del río Rímac ingresan a los estanques para ser tratadas y convertidas en agua potable. PUEDES VER: La emergencia desde el aire En su turno, de 8 am a 4 pm, Zambrano es el encargado de abrir y cerrar las compuertas por donde ingresa el agua, siempre bajo la supervisión de un ingeniero de planta. Para este joven padre de familia, de ojos vivaces y piel morena, la bocatoma es un lugar solitario, excepto en período de lluvias. De diciembre a abril, cuadrillas de obreros –90, organizados en tres turnos– trabajan limpiando las rejillas de ingreso. A ellos los hemos visto en días pasados, embutidos en sus uniformes anaranjados, con rastrillos en las manos, lidiando con la basura que los limeños echan a la corriente que nos da de beber. La bocatoma es un lugar lleno de agitación, entonces. Pero nada como lo que se vivió la semana pasada. Porque los huaicos que provocaron las intensas lluvias en el este de Lima ensuciaron el Rímac de tal manera que obligaron a cerrar las compuertas de captación y a restringir el abastecimiento en la capital. Y, entonces, cada vez que la turbiedad del agua bajaba y se podía abrir las compuertas, estos obreros, y otros trabajadores de otras áreas enviados a apoyar de urgencia, tenían que trabajar aceleradamente. Arrancar toda la basura. Impedir cualquier atasco. Cada gota de agua que entraba a La Atarjea, en esos días de angustia, resultaba muy valiosa. Y lo mismo ocurría en el resto de la planta. Mientras los limeños criticaban y hasta insultaban a Sedapal en las redes sociales porque el agua no llegaba a sus viviendas, un pequeño ejército de hombres y mujeres –obreros, técnicos, ingenieros, químicos, funcionarios– hacía sobretiempos, se amanecía, redoblaba esfuerzos para que el servicio se restableciera lo antes posible. Boca cerrada La Atarjea solo puede tratar agua con un nivel máximo de turbiedad de 10,000 NTU. En casos extremos, capta agua con 15,000 y hasta 20,000 NTU. Pero entre el miércoles 15 y el domingo 19, a causa de los huaicos, la turbiedad del río superó largamente esos niveles. En ciertos momentos alcanzó más de 100,000 NTU. Por eso es que la bocatoma pasó tanto tiempo sin captar agua. Por ejemplo, desde la tarde del jueves 16 hasta la tarde del viernes 17 pasaron 22 horas sin que entrara una gota a la planta. Entre el viernes y el sábado estuvo cerrada por diez horas durante la noche y por ocho horas durante el día. Y entre el sábado y el domingo estuvo cerrada por 15 horas. Durante todos esos días, Sergio Zambrano y otros técnicos medían constantemente la turbiedad, esperando que bajara a 10,000 NTU. Afuera, la ciudad entera reclamaba: la gente discutía en las colas, con sus baldes en la mano, y en las redes sociales, quejándose de la "maldad" de los funcionarios que no querían "soltar el agua" aunque sea un rato. No faltó quienes exigieron la privatización de Sedapal. Ante esa presión, hubo momentos en los que se decidió captar agua con 15,000 NTU y hasta con 25,000 NTU. Miriam Vásquez, jefa del control de calidad de la planta, explica que fue un proceso lento, cuidadoso en no remover el lodo que ya se había formado en los estanques reguladores. Eso habría aumentado la turbiedad y empeorado las cosas. Cada vez que la turbiedad bajaba, el proceso de producción se ponía en marcha velozmente. Con los resultados del turbidímetro en la mano, Sergio Zambrano informaba al ingeniero de turno y este daba la orden de abrir las compuertas. Los obreros agarraban los rastrrillos y limpiaban con esmero las rejillas. Esteban Bolívar, un hombretón de 1.80 m y 95 kilos, dice que el tumultuoso río traía troncos, cadáveres de animales y mucha basura. –Había que trabajar rápido porque en cualquier momento el agua se ponía turbia de nuevo y ordenaban cerrar– dice. El esfuerzo de esos obreros y técnicos fue muy importante en esos momentos. Un esfuerzo que se replicó en las otras etapas del proceso. Tratamiento extremo Las aguas del Rímac no son aptas para el consumo humano: están demasiado sucias y contaminadas y por esa razón, el tratamiento al que son sometidas en La Atarjea es tan minucioso. Sin embargo, hacía mucho que los niveles de turbiedad con los que trabajan los especialistas no era tan alto. Tuvieron que aplicarse más, ser mucho más escrupulosos. De la bocatoma, las aguas van a los estanques reguladores Santa Rosa 1 y Santa Rosa 2. Allí reciben un "pretratamiento". En el estanque 1, Carlos Arroyo (66) es el encargado de aplicar los reactivos químicos que hacen que la turbiedad se coagule y se asiente en el fondo. La mayoría de los metales que trae el río –sobre todo plomo, hierro y aluminio– son eliminados. Arroyo también aplica dosis de cloro, que matan las bacterias en un 99.9%. Luego, pasan a los decantadores, donde Alejandro Alarcón (30) aplica polímeros catiónicos, que continúan eliminando la turbiedad, y carbón activado, que elimina cualquier mal olor o mal sabor. Aguas que llegaron a los estanques reguladores con 10,000 NTU de turbiedad, después de la coagulación y la decantación salen con niveles de 2 ó 3 NTU. En la filtración, proceso a cargo de Fernando Gonzales (62), terminan de limpiarse y descontaminarse: sus niveles de turbiedad al salir son de apenas 0.3 NTU. El agua es cristalina. El último paso es añadir cloro, por si acaso, para eliminar lo último y para que el agua vaya protegida hasta los reservorios, de donde será enviada a toda la capital. Puede que, descrito de esta manera, el proceso parezca algo automático, pero no lo es. Los huaicos, las inundaciones, el contacto de las aguas del río con elementos que no son naturales, obligaron a los especialistas a ser extremadamente cuidadosos en el tratamiento. Durante los días del desastre, Miriam Vásquez y su equipo tuvieron que tomar muestras con mucha frecuencia –a veces hasta diez veces al día– para medir la calidad del agua y definir cómo tratarla. –Es un proceso delicado– dice Vásquez. –Si tiene mucho arsénico, no hay que usar sulfato de aluminio sino cloruro férrico. Si tiene materia orgánica, hay que aumentar el carbón activado. Con los datos disponibles, dábamos indicaciones a la planta. Y los datos cambiaban a cada momento. Vásquez reorganizó a su equipo en turnos de 16 horas. Ella misma solía llegar a las 8 de la mañana e irse a la medianoche. El miércoles 15, el día de los peores huaicos, Vásquez pasó 24 horas sin dormir, trabajando con sus especialistas en las mejores fórmulas para hacer potable las aguas marrones que entraban por la bocatoma. A su lado estuvieron su jefe, el ingeniero de planta Dino Huatuco, y la gerente de Producción, Yolanda Andía. Como Sergio Zambrano, como Fernando Gonzales, Miriam Vásquez no tuvo agua en su casa por varios días. Cuando volvía temprano, se iba con sus baldes a abastecerse a uno de los puntos de distribución de Sedapal. A Fernando Gonzales sus vecinos lo fastidiaban: "Ya pues, Fernando, suelta el agua". Él dice que durante esos días de escasez, su mayor preocupación era hacer bien su trabajo para que se activara la distribución. Y que no lo hacía por él. Sino por la gente.