Un arquitecto español ha diseñado un proyecto para convertir un asentamiento humano del este de Lima en una urbanización construida con materiales locales, que se autoabastezca de agua, energía y alimentos. Un modelo de arquitectura sostenible que podría replicarse en otras zonas periféricas de la ciudad.,Al este de Lima, en la frontera entre San Juan de Lurigancho (Lima) y San Antonio (Huarochirí), viven los corintios. Son unas 250 familias. Se llaman a sí mismos "corintios" porque son miembros de la Comunidad Eucarística Mariana Primera de Corintios Trece. La Primera de Corintios es la primera carta que el apóstol Pablo le escribió a la comunidad cristiana de Corinto, en el año 57 DC. En el capítulo 13 de esa carta les habla del amor. Y de la caridad. Los corintios de la Lima del siglo XXI son amorosos y caritativos. Y no, no son evangélicos. Son católicos. En setiembre del año pasado, el arquitecto español Rafael Moya visitó Villa Corintios por primera vez. Un miembro de la comunidad lo había contactado, a través de una amiga en común, para que le hiciera los planos de su casa. Quería construirla de manera sostenible. Y sabía que Moya era un especialista en el tema. Villa Corintios era una asociación de vivienda desparramada en dos quebraditas ubicadas en la zona de Pedregal Alto, en el extremo suroeste de San Antonio. Sin luz ni agua potable. Cerros pelados, rocosos y polvorientos. Y casuchas levantadas sin ningún tipo de orden, allí donde se le pudiera ganar algo de terreno al cerro. Donde otros verían un asentamiento humano más, otro triste ejemplo del crecimiento desordenado e informal de la ciudad, Moya vio una oportunidad de poner en práctica algunas de las ideas sobre arquitectura y urbanismo sostenible que viene esgrimiendo desde hace dos décadas. Así que se reunió con los líderes de la comunidad y les propuso rediseñar toda la asociación de vivienda, tanto las casas como los espacios públicos. Hacer de Villa Corintios una pequeña ciudad que se construye con un mínimo impacto sobre el medioambiente y que se autoabastece de sus principales recursos. Ser modelo de un barrio sostenible. Ecologista entusiasta Cuando Rafael Moya estudió Arquitectura en España, en los noventa, en ese país se vivía un inusitado interés por las energías renovables (eólica y solar). Él es ecologista y por esos años era un entusiasta activista de Greenpeace, así que se sintió naturalmente inclinado a especializarse en la construcción y el desarrollo urbano sostenible. Desde que llegó al Perú, en 2007, el arquitecto andaluz ha promovido sus ideas sobre arquitectura y diseño en exposiciones, en sus cátedras en dos universidades y a través de su empresa, Hábitat Indoors. Hace unos años causó mucho interés su exposición de objetos hechos con materiales reciclados, como cucharas de plástico y tablas de madera. Moya es seguidor de las ideas de sus compatriota Luis Miquel Suárez-Inclán, quien sostiene que las ciudades deben funcionar como un ecosistema natural, de manera cíclica e infinita, generando su propia materia y energía. Por eso cuando los dirigentes corintios aceptaron su propuesta de rediseñar su asociación como una urbanización sostenible se puso manos a la obra lleno de entusiasmo. Agua del cielo Lo primero que consideró Moya es que las nuevas viviendas de Villa Corintios tenían que estar emplazadas de forma segura para que no se vinieran cerro abajo ante un sismo. Para encontrar la solución solo había que mirar lo que hicieron los antiguos peruanos cuando edificaron en las montañas: ellos hicieron andenes. De acuerdo a la pendiente del cerro en que estuviera su terreno, los corintios podían hacer uno, dos o hasta tres andenes de forma escalonada. En cada uno podían instalar uno o más módulos básicos de vivienda, cada uno de los cuales mediría 25 metros cuadrados. Los módulos serían construidos usando materiales sostenibles. La roca, que abunda en estos cerros, para la base del piso. El concreto prefabricado (considerado el segundo material de construcción más sostenible después de la madera). Placas laminadas como las de la marca holandesa Trespa, que se hacen de madera procedente de bosques sostenibles. En los techos se podía usar paneles de concreto alveolar. Y materiales provenientes del reciclaje, como los pisos vinílicos hechos de plástico PET. En las partes altas de la urbanización se instalarían atrapanieblas para capturar la humedad que, a 800 metros sobre el nivel del mar, abunda durante al menos siete meses del año. El agua descendería a depósitos particulares que abastecerían a cada vivienda. Y sería cuidadosamente administrada: las aguas fecales se irían a una fosa séptica pero las grises (procedentes de duchas, y lavaderos) pasarían a través de un biofiltro y serían usadas nuevamente. En caso de que faltara agua, siempre se podría recurrir al camión cisterna. Las viviendas también tendrían termas solares que las abastezcan de energía al menos durante los meses de verano. Para reducir el consumo de energía al mínimo, las casas serían levantadas con una visión bioclimática: teniendo en cuenta la orientación del sol y del viento, con la posibilidad de reducir o ensanchar las entradas de luz y de aire según se comporte el clima. Uno de los aspectos más interesantes del proyecto de Moya es que propone crear un cinturón de áreas verdes en la parte alta de los tres cerros sobre los que se asienta la asociación. En ella planea sembrar, además de árboles, hortalizas, tubérculos y diversos tipos de vegetales para que sean consumidos por los vecinos y vendidos en el mercado local.En algunas terrazas plantea instalar piscigranjas de tilapias tanto para consumo como para venta. El arquitecto le llama a esta área el Parque Productivo de Villa Corintios. Finalmente, en una de las laderas se crearía una planta de tratamiento de residuos. Parte de los residuos inorgánicos podrían ser comercializados por recicladores. Los orgánicos, procesados en un biodigestor, producirían fertilizante para los cultivos y biogas, que sería destinado a las cocinas de la urbanización. Rafael Moya imagina que si todo se desarrollara tal como él lo ha diseñado en su proyecto, Villa Corintios se constituiría en un modelo de vivienda sostenible tan significativo que podría atraer la visita de turistas nacionales y extranjeros. Y es verdad, sería una experiencia única. Extraordinaria. Viabilidad ¿El proyecto se puede poner en marcha? Por ahora no. Por varias razones. La primera es que los corintios no tienen título de propiedad (aunque han prometido iniciar los trámites cuanto antes). La segunda es que la zona donde está ubicado el asentamiento humano es objeto de disputa entre los municipios de San Antonio y de San Juan de Lurigancho. Los corintios están esperando que se defina a qué distrito pertenecen para iniciar las gestiones ante la burocracia municipal. Mientras Villa Corintios no tenga sus papeles en regla, Moya no podrá gestionar la cooperación de los organismos internacionales que se han interesado en el proyecto, entre ellos el BID y Hábitat ONU. El arquitecto calcula que el módulo de vivienda básico costará alrededor de 10 mil dólares, una suma relativamente baja para el mercado pero lejos de las posibilidades de la mayoría de corintios, dedicados a la venta ambulatoria, el reciclaje y cachuelos diversos. Uno de ellos, sin embargo, sí está dispuesto a asumir ese costo. Es Ever Terrones, precisamente el vecino que contactó a Moya el año pasado. Él, que es secretario de Organización de la asociación, dice que empezará a construir su casita en enero en base a los planos que le hizo Moya. Algunos vecinos le han dicho que una vez que él la tenga lista, ellos lo seguirán. Con sus ahorros. La posibilidad de vivir en un barrio verde, ordenado y sostenible ha ilusionado a todos. Los ha llenado de amor.